Thursday, December 28, 2017

Monstruos, choricitos y fantasmas (después del 18/12/17)

Tras la enorme marcha y batalla en el Congreso:

El campo de batallas -muy en plural- da lugar a la mañana siguiente a una prolongada lluvia en la ciudad de los Monstruos. Durante horas cae elocuente el “sshhh!!” del cielo al Homo bobiens de estas pampas. De vuelta pues cada uno en su casa, o casado con su pantallita en el laburo o la calle o el bondi; ese recorte hace una realidad autogestionada, con una administración táctil del propio estrés, de la desazón que, con suerte, no llega a ser. El lunes el celular fue medio de encuentros y tráfico de informaciones; el martes vuelve a ser la luz individual que no te abandona. Todo sigue como si nada pero sin embargo.

La gigantesca maquinaria de la proximidad mediática opera sus choricitos: la opinión es un subproducto de la distancia con las cosas. Y las cosas cansan. Agotan, extrañan. Basta de cosas. Suficiente con lo inevitable; la intimidad inevitable con las cosas es suficiente... La proximidad mediática es una salida perfecta: ni localía a fondo (esto ahora acá es el centro del mundo), ni aventura en el mundo. Ni poesía ni política.
La maquinaria de la proximidad mediática rompe el continuo orgánico, inherente a las cosas, pero lo sustituye con la exhaustividad de los instantes. Por eso es la gran fuente contemporánea de las percepciones elaboradas con puros efectos sin premisas: “un grupo fue preparado para tirar piedras”. Mataron dos pibes en el sur, hubo represión todo el año y cacería humana el jueves. ¿Marchamos en bolas? Por lo demás, como resumió McLuhan, “la indignación moral es la estrategia tipo para dotar al idiota de dignidad”. Citar a un gran pensador de la técnica y la comunicación señala, también, la solidaridad del fetichismo tecnicista entre el telefanático y el agente robocopizado; uno goza con el control remoto y el click, el otro con el aerosolito, la moto y, también, su poderoso click.

Era bastante obvio que la aprobarían la ley garca; y no obstante fuimos una descomunal marea humana, por la tarde en el Congreso. Pocas veces, del 83 para acá, se vio represión a una multitud tan grande; no se podía ni correr. El caldo de odio, que constituye la mayor parte del consenso macrista, tiene declarado ni olvido ni perdón a todo ansia igualitarista.

Los Monstruos aparecen solo cuando el orden mediatizado de la ciudad -toda la vida convertida en medio para el rendimiento, toda la materia subsumida al helado saber de la Gestión-, solo se muestran cuando la normalidad de la consecución de instantes se ve suspendida, por la irrupción de una multitud que se opone a algo concreto sin tener exactamente definido su objetivo: sabíamos que la ley se aprobaría casi seguro, e igual estábamos ahí. La represión declaró de hecho Estado de Sitio, y la reacción nocturna popular lo des-realizó. Nadie sabía que seríamos tantos, ni que el Terror convocaría más movilización.

¿Por qué no dejan ocupar la plaza, en manifestación democrática? Esa obstrucción inicia la fase callejera de la violencia. Las fuerzas de seguridad -¿quién te usa, milico?- son ahí los cuerpos que prolongan la violencia político-económica. Marcos “Roger” Peña aludió a los recuerdos del 2001, para justificar la distancia del vallado. Aquel 19 de diciembre, el Congreso fue invadido, incluso prendido fuego y saqueado, en una pequeña parte. Si el Gobierno quiso detener a Hebe de Bonafini, si reprimió en la marcha Ni Una menos en marzo, a los docentes en Congreso, a los trabajadores de la economía informal en la 9 de Julio, a los de Pepsico, si asesinó cobardemente a Santiago Maldonado y a Rafael Nahuel, si ahora agita este diciembre, es porque quiere convocar lo que hay de vivo de toda la memoria de las protestas sociales de la Argentina contemporánea, para liquidarlo. Juegan con fuego y cuando el fuego crezca, muchos queremos estar ahí.

Pero nosotros también jugamos con fuego: el aliento del recuerdo de la revuelta, de la potencia de un nosotros enorme, abierto, potente precisamente porque no sabe lo que quiere más allá de juntarse (por eso abre zonas de creación), de afirmarse en sus intolerancias, que no precisa ofrecer alternativas programáticas y puede así variar el curso de la historia -incluso, puede suspender la historia y permitir que se muestren los Monstruos, que, también, todos llevamos dentro...- El aliento de la revuelta, digo, debe incluir el recuerdo de sus dolores. Fueron ¿33?, los hermanos muertos el 20 de diciembre de dieciséis años atrás: de ellos casi nadie se acuerda. Sí de Maxi y Darío, porque su vil asesinato insufló de tanto dolor al movimiento popular, que quedó disponible para que vengan un Jefe y/o una Jefa.

Está llena de muerte la ciudad: llena de vida también. De jueves a martes tuvimos una, dos, tres movilizaciones multitudinarias, insoslayables, muy lejos de ser acaparadas por el “vamos a volver”: pasos de un cuerpo colectivo nuevo, animado por el aliento de su historia. Nuestra tarea es que en este día y cada día quede claro que el orden de la Realidad está del lado de la muerte. Que es preciso una y otra vez revivir: nada es verdad, todo está permitido.

Wednesday, November 01, 2017

Movilizaciones que derraman: allí va el terror

Hay que leer a dónde la razón gobernante dirige su terrorismo, para entender cuáles son las líneas de fuerza más fértiles de la movilización.
"La izquierda sacrifica al cuerpo, la derecha lo exprime; el feminismo lo rescata", le escuché decir -palabras más o menos- al querido Bruno Napoli. La reivindicación feminista es una afirmación del cuerpo presente, y sus derechos inmediatos; son las potencias del cuerpo exigiendo cancha.
En movilizaciones contra el 2x1 a genocidas, y por justicia por Santiago Maldonado, también está en el centro una reivindicación de la vida, de la empatía, pero no abstracta, sino que en sí misma liga con disputas sobre vectores fundamentales del orden social (la propiedad de la tierra, la segmentación jerárquica de la población, etc).

Movilizaciones que ponen en el centro al cuerpo y sus derechos de libertad presentes, el cuerpo y todo lo que puede -potencia cuyos límites son dados por la violencia del poder-: movilizaciones cuya implicación, como me señaló Diego Skliar, no se sabe a dónde termina. A esa potencia de derrame apunta el terror.
Los reclamos contra el impuesto a las ganancias o por dos puntos porcentuales de salario, se sabe dónde terminan. El encuadre programático disputa al interior del orden; la movilización sin finalidad cerrada disputa cuál es la realidad presente. Hay una realidad de la vida que se sostiene solo si estamos movilizados, y desmintiendo, al menos un poco, que cada uno tiene su vida y ya.
¡Santiago Maldonado, presente!
Sobre estas ideas reflexiona la columna "Solo las cosas, lo demás no importa nada" que aquí dejo  (sale todos los martes trasnoche 1am; y ahora, también sale a las 14:10 los martes en La experiencia del desierto, conducido por Ezequiel Abalos en la misma sintonía: ¡gracias!).


Monday, October 23, 2017

¡Santiago Maldonado, presente!

Finalmente -no pasó tanto tiempo-, la política de la riqueza concentrada en su gestión macrista tuvo su primer muerto, su primer asesinado. Santiago Maldonado, pibe de rastas y tatuador, artesano y valiente: allí estuvo, cortando la ruta, con siete compañeros, con cinco pulóveres y tres pantalones por el frío, con dni randazzista, con rabia contra el latifundio y la cobardía cobani; Santiago, uno de los nuestros, defendía la tierra y le tenía miedo al agua. Estuvo en el mundo y decidió habitar el punto álgiddo de una de sus líneas de tensión: una de las líneas de conflicto que, habitada, podría mover un poco el orden de cosas y fuerzas. La gigantesca movilización de sensibilidad y justicia en torno a su desaparición tuvo como condición de posibilidad, seguramente, que Santiago era "blanco"; si hubiera sido Mapuche... Pero un blanco amapucheado, de modo evidente. Blanco por origen, mapuche por posición, por actuación. O quizá, mapuche por ocasión, dentro de una enemistad general al orden de la gran propiedad, y y autoridad política. Todo lo que él combatió viene traficado en su estampa. Santiago -reconocido por sus tatuajes- impugna al cuerpo pulcro del eficientismo, del realismo crudo empresarial; a Santiago, uno de los nuestros, lo mató el orden del capital concentrado a través de sus fuerzas estatales de dañar. Perdimos una vida, y crece un dolor amoroso más en nuestra memoria. ¡Santiago Maldonado, presente! Tu imagen acompañará nuestra superviviencia moral en este tiempo tan bajo. 


Tuesday, October 10, 2017

Respuesta urgente (Bombardeo de pálidas, indignación catártica y fuerzas efectivas.)


Por Agustín Jerónimo Valle en conversación con Verónica Cetrángolo, Ana Paula Gerez, Lucía Scrimini y Juan del Bene.

1. Los modos de dominación son muchos y diversos, si entendemos por ellos toda operación o dispositivo que separe a las vidas comunes de sus potencias inmediatas -su capacidad de hacerse sentir en lo más hondo lo que les hace bien y mal, y de accionar según ello-. Todo lo que entristece, domina.

2. Vivimos una ofensiva de las clases dominantes pocas veces vista. Los despojos y vejaciones que realizan tienen a la dominación como condición necesaria, sí: pero la difusión mediática incesante de los despojos y vejaciones acaso sea en sí misma un vector de dominación. La cadena del desánimo, como la bautizó Pablo Katchadjan.
Los actos de vaciamientos, abusos, gigantescos negociados, violencias insensibles, desde este punto de vista, producen no solo cada uno su negocio particular, sino que también el conjunto, en cuanto tal, difundido como viento sostenido, produce un estado psicopolítico propiamente dominado. “Estoy cansada, agotada, cansada de indignarme”, decía una compañera. Ese cansancio es el botín; ese cansancio es el producto: su ánimo, su salud es el botín.

3. El diluvio semiótico permanente es condición general mediática. Pero esa condición general -de enajenación atencional- deviene herramienta política de un gobierno que usa la estrategia de atacar por once, doce o trece frentes a la vez (como explicitó el saliente ministro de Educación que hacían para “sacudir el sistema educativo”...). Y que, además, monta actos represivos menos para reprimir una fuerza materialmente amenazante, que para difundir las imágenes ejemplares de la represión; las imágenes de represión son una fuente más que nutre al permanente bombardeo de tristezas, dolores: insumos para el sostenimiento del estado de constante indignación.
Los amplios sectores de la población con sensibilidad empática o igualitarista (más o menos difusa, más o menos inocente, más o menos endeble, más o menos fundante...), quedan, como efecto del bombardeo de pálidas, en un desborde anímico; más aún, en un estado de respuesta urgente, un alerta insomne, un estrés político.

4. Un compañero estuvo días ausente de su lugar de trabajo; se había enfermado. Al volver, contestó los “qué te pasó” de rigor, con su parte sanitario: “Todo me enfermó”. Vale decir, lo enfermó el todo, lo todo. No meramente las cosas sumadas, en su contenido (específico, cualitativo, semántico) sino la escala del conjunto; el exceso cuantitativo.
Otro amigo, que se dedica a sostener y ensanchar una mirada sobre -o de- la salud, encontróse en un bar expuesto a la luz y ruido televisivos; emitían información de uno de los múltiples dolores y fuentes de odio crispado. Él no recordaba bien el caso, e inmediatamente estaba agarrando el celular -quizá lo tenía agarrado ya- para buscar... Pero frenó pensando: “no puedo estar en todo”. Una idea simple, elemental. Elemento que sin embargo suele quedar despojado de los cuerpos, traccionados por -a- lo todo. Cuerpos que caen, que enferman una y otra vez por el estrés crispado de sostener una constante respuesta de indignación catártica.

5. La catarsis era el climax del arte en tiempos de grandes formas fijas, dice Bifo: cuando el patrón es la monotonía repetitiva, cuando la dominación moldea formas subjetivas duraderas y largoplacistas, la explosión catártica es un vector de subjetivación liberadora, donde lo perimido aflora... Para nosotros, en cambio, la catarsis no es un accidente en un medio constante y fijo, sino la condición normal del medio. Es, la catarsis, condición de imposibilidad de ligadura: donde hay catarsis, no se arma nada. Solo descarga; descarga que es un momento partícipe del esquema de la saturación, y no su ruptura.
Más allá de que, ciertamente, la catarsis puede en algunos casos ser modulada por gestos o dispositivos que hagan que sí sirva para armar algo, en principio la reacción catártica expresa no más que un exceso de afecciones recibidas respecto de las posibilidades de procesamiento. Como un rebote, o una devolución bulímica de las cataratas de whatsapp, comentarios, titulares, flyers convocantes ya no se sabe a qué, a dónde, pero que no nos quede ninguna causa desatendida, ningún mal sin denunciar... Agotamiento; o mejor, crispación extenuante.
La urgencia de lo actual no es de cuño político; es de cuño mediático. Nada te ata a leer la novedad. Cuando Luca decía eso nos estaba invitando; es decir, en realidad señalaba que la novedad sí te estaba atando, aunque con una atadura virtual, no del todo real, o que al encararse, al declararse falsa, devenía irreal... (“cómo es que estás atado si nada te ata...”).
La atadura impide libertad de ligaduras. Las traba.
Algo de la agenda del bien (agenda de los buenos o brevemente buenista), entonces, tiene como efecto un distanciamiento del sujeto (de cada sujeto: individual, colectivo, etcétera) respecto de sus potencias de movilización política (es decir, de operaciones que fuercen un movimiento en el diagrama de fuerzas dado, sea en una rama de la industria, en una esquina, en un aula, en la literatura, en el sistema bancario o en el uso de los minerales subterráneos de la cordillera...).
Las ligaduras activantes (se liga como mínimo una cosa que podemos hacer con una circunstancia...) quedan atrofiadas por la indignación permanente, indignación sometida -pegoteada- a una renovación constante de su foco atencional.
Organizarnos en configuraciones -prácticas, lazos, hábitos...- que aumentan lo que podemos, es políticamente más vital que el sostenimiento -denuncista, chillón y adherente, quejoso al fin- de la extensa agenda del bien.
La importancia intrínseca de los asuntos no determina su centralidad en un mapa político, sino sus efectos inmediatos en la vida: en qué consiste concretamente la implicación -moviente- con las cosas.
Hay también una discusión implícita (una discusión operada más por los modos de vida que por discursos) sobre cuáles son nuestros problemas, tus problemas, mis problemas, etcétera. Para una política -o una politicidad- todista, nuestro problema es todo lo que esté mal.
Para una política de indiferencia, nuestros problemas no existen, solo hay mis problemas. Mi interés, mi vida, mis problemas; y el problema de cuando algo o alguien se cruza en mi camino: indignante (“sheriff, sheriff...”). Que nada moleste la propia vida y su frágil orden. Vida definida, que ya sabe sus límites -que castró la aventurilla de no saber aún todo lo que puede-.
Es cierto: darle cauce a las modestas pero sensibles operaciones que abren una zona de fuerza nueva, desordena la “propia vida”. Ejemplo básico e ínfimo: cuántos programas agendados de las “vidas propias” son desplazados para que una movilización callejera sea efectivamente multitudinal.
Para una politicidad de las potencias situadas, los problemas se definen por la capacidad de intervención. Es problema en la medida en que es umbral de exploración de alguna potencia. Es problema si podemos probar en él una fuerza.
6. Quizá por eso hayan sido tan distintas las marchas que hubo en Capital por la desaparición de Santiago Maldonado; sobre todo la primera respecto de la segunda. El día once de agosto hubo en la plaza de Mayo una concentración extraña, de baja intensidad, incluso triste. No tanto por haber sido poca gente; era un problema más cualitativo, del tipo de presencia: parecía un gran acto de presencia. Es decir, una respuesta automática. Hacemos lo que ya sabemos, que es una marcha, que es como ya sabemos...
La segunda marcha, por el mes de la desaparición de Santiago Maldonado, fue distinta. Más que acto de presencia, presencia efectiva. No solo porque esa movilización forzó al Gobierno a cambiar su estrategia para el caso Maldonado. Ese corrimiento, vale pensar, no fue tanto por la cantidad, enorme, de gente reunida, sino por el tono de esa reunión. Un tono que delataba que la reunión expresaba unas ondas que la excedían largamente. Un tono festivo. El tono de una presencia que reunía por un dolor pero no reunía en el dolor; no una reunión de indignados. (Acaso lo que “re”une es la indignación, pero una vez consumada la unión, aquella causa no es ya su esencia). La presencia misma convertía el espanto en alegría de ser muchos y lograr esa fuerza -que confronta a una gran serie de actores y tecnologías políticas del estatu quo-.
Una movilización así, que opera una conversión anímico-política semejante (dolor en rabia y rabia en alegría), ejerce una autonomía anímica, una autonomía de sentido.
Fue contra ese ánimo, contra esa potencia de movilización reunida, que se arrojó el teatro del terror, la farsa actual. Como se había arrojado a la marcha de las mujeres meses atrás; también una movilización que opera gigantescas conversiones anímico-políticas1. Y que no tiene tanto una agenda programática, una propuesta alternativa, como una serie de intolerancias y exigencias vitales (movilizaciones que señalan lo intolerable de una época). Como señala Diego Skliar, son movilizaciones que (hay que sumar acaso la marcha de los trabajadores de la economía informal reprimida en la 9 de julio), al tener modos de implicación tan vitales, abiertos (exploración de las potencias situadas...), al no limitarse a reivindicaciones programáticas (como la de la CGT o la Federal Educativa) y demás, no se sabe a dónde terminan. Su derrame es imprevisible. Son movilizaciones menos “definidas” -en el doble sentido de que no están prefigurados sus fines: ni su límite ni su última finalidad. (Pero a la vez son movilizaciones con un sentido coordinado multitudinariamente, a diferencia de las pequeñas movilizaciones que arrebatan peleítas cotidianas con los poderes de la realidad sin tampoco borde ni finalidad.)
Antes de esa marcha descomunal, en las semanas previas, la campaña de publicar mensajes diciendo “yo estoy tomando mate y leyendo el diario, ¿dónde está Santiago Maldonado?” podía causar escozor. Podía verse ahí, en ese acto realizado por ¿cientos de miles, millones de personas?, una escenificación más del sujeto espectacularizado. La autoproducción imaginal del yo; el yo esclavo y cafiolo... Pero ahí un gesto que suele participar de un sentido, participa de otro. Una operación que normalmente constituye la subjetividad “enredada”, pasa a formar parte de una configuración que vuelve posible una fuerza que no se sabía. La politización convierte en herramienta -herramentaliza- un tic masivo. El tic sirvió para multiplicar un problema -ponerlo en común- que para el orden -orden del miedo y la debilidad crispada- no era común sino propiedad de la identidad progresista. (Por otra parte: ¿fue sólo en las redes sociales donde tuvo lugar la pregunta insistente? No, la oímos en salas de espera, en los subtes, en las aulas –incluyendo, claro está, los 0-800 que, al mejor estilo Revista Para Ti en plena Dictadura, se ocuparon de denunciar la intromisión de esa “pregunta urgente para velar por la salud antipolíticade los niños en las escuelas.)
El acto político tiene base intuitiva, y se propaga por copia mutua2, no consiste en acciones de otra vida; no pasa por abandonar las tonterías o las cadenas, en pos de lo que verdaderamente hay que hacer. Más bien la politización es un viraje de tono o de sentido, leve pero altamente significativo, en las prácticas que constituyen la vida como es -como es en sus líneas de ensanchamiento.

7. Actos que por ejemplo logran liberarse de las amarras de un bombardeo de tristeza política. Un bombardeo con problemas que sitúan la atención en un campo remoto a las propias potencias (la ofensiva general de las elites), y es en sí mismo un dispositivo de dominación. La reacción prefigurada por el bombardeo, la respuesta constante, la indignación permanente, reproducen la compulsión hiperexpresiva. La reacción es isomorfa al bombardeo. Reproduce su ritmo, su frecuencia corporal. Cambiando el contenido del mensaje, prolonga la crispación permanente con centro en cosas que son más fuertes que nosotros, y, en su conjunto, ajenas a nosotros.
Atender al escenario, al medio ambiente (o ambiente mediático) indignante, es inevitable salvo si decidimos la indiferencia (y bancar la precariedad creciente de la vida), o bien si logramos atender a las profundizaciones de las potencias presentes. El cuerpo que decide que no puede estar en todo ni responder a todo es el cuerpo que está atento a los sitios donde sí puede hacer una fuerza efectiva (cortar la chorrada interminable de la pantallita y atravesar la ciudad para acoplarse a una marcha de estudiantes secundarios que se agrandan por sí solos; o sostener, dentro de una institución donde rigen directivas de no hablar del caso Maldonado, abierta la pregunta por lo que pasó y por las líneas de conexión del caso con las vidas de cualquiera).
El cuerpo todista es ansioso: rompe el aquí. El cuerpo indiferente, por su parte, ya da por completamente definida su vida -terminada, aunque falte vivenciarla...-.
El cuerpo que decide no poder todo (un vital nopodermiento, como quería Gombrowicz), queda más sano para lo que sí puede; exento de la respuesta automática puede probar sus fuerzas -y esos pequeños poderes, si les ponemos la lupa, si miramos desde ellos, desmienten el absolutismo general de la tristeza.








1Quizá las condiciones materiales sean la causa de la política, pero no son la política.

2Hay una facultad humana consistente en copiarse. Es un recurso, es un vicio, es un placer, es un vaso comunicador de información de la especie. Y la publicidad juega sucio, precisamente, ahí, en la facultad -y el placer- de copiarse.

Thursday, October 05, 2017

Cansancio, lo demás no importa nada

Columna "Solo las cosas, lo demás no importa nada", emitida en la trasnoche del martes 2/10/17 en FM La Tribu, sobre la dominación, el bombardeo de tristezas y la catarsis indignada que le es inercial. Con agradecimiento a Juan del Bene.


Wednesday, August 30, 2017

Maradona, y los anti. (Columna en La Tribu)

Columna Solo las cosas, lo demás no importa nada, en FM La Tribu, sobre la importancia de las valoraciones de Maradona:

Wednesday, August 16, 2017

Alma in vitro

Alma in vitro

Así me veo ver visto, vitro espejo
torcido, achumado, enjuto aeroplano
chino, diagonal, cabroso y agolpado,
en una punta la planta, el viento y el pelo
en la otra,
jamón en polvo, reojo colado, hueso de léxico.

Noticias, albricias, cajón.
Medias, humedad de ser tantos:
urgente falencia, luz alumbrada; jamón
en polvo de la punta
opuesta, cansina, hachera, fagosa. Pérfida -perdida.

El esternón no duda
porque no puede;
dura yunta
de graves,
del sueño a todo, moro mocho
pogo
del alma
singular ni lugar circular,
alma con flash, carbón de alma, carburado jamón
de sal,
piel de agua, sangre de ojos máquina
de no estar.
Arcos lisos con jugo celular,
divorcio de la frente que olvida al parietal,
arcos dedos de gordos chanfles
del pecho
el pelo hundido, el nodo
del alma flash.

Son tan pocos los que están acá.

Que sin dejar de fumar nunca
jamás en la vida -de cuero, cabelludos-
fuman jamás.
¡Acá entre brazos lo ajeno!
¡Acá en el choque,
gota de lo extenso!,
injusta y violentamente no iluminado
por el cráneo comunal.

Acá en el cerrado sublime tufillo
divino del calcio mínimo,
mimo de lo ínfimo
dulce cosa resacosa
mandanos caricia que apunta
sus canales de nada llenos,
y gracias, amiga, ignorante de los dedos,
inocente amiga en la cara
del pie que hace frente,
existencia rosa, carne prohibida
de decir iluminada.

Tuesday, July 04, 2017

Figuras de paternidad + Deseo, violencia y género (viene una nueva masculinidad)

Columnita Lo demás no importa nada en La Tribu (se emite trasnoche de martes, 1am); cosita.


La actualidad como dispositivo de dominación (SLC en La Tribu)

Columna "Solo las cosas; lo demás no importa nada", emitida en FM La Tribu la trasnoche de los martes (1am); esta, apostilla sobre la actualidad como un dispositivo temporal de dominación:




Wednesday, June 14, 2017

Olor a nada (crónica de la marcha macrista del 1A)



...¿Y yo? Vivo en Venezuela y Santiago del Estero, ¡soy un mártir de estos condenados!”, les decía un septuagenario cajetilla a un par de congéneres en la esquina de Bolívar y Avenida de Mayo.
Apenas saqué mi cuadernito y tomé unas notas una vieja me interceptó: “qué estás escribiendo, qué anotás ahí?”; y al toque otra “¿de dónde sos?”. A la defensiva.
Si bien había diversidad etaria y socioeconómica, claramente estaban sobrerepresentados (en relación a su cuantía en la sociedad) los adinerados (“el grueso de la gente viene de la zona norte, por las avenidas Córdoba, Santa Fe y Libertador”, dice TN en su transmisión) y, sobre todo, los ancianos. Primera minoría de ancianos: contraste rotundo con la presencia de adolescentes en el aluvión del 24 -la cantidad de gente, por otra parte, no tiene atisbo de comparación. Si el marzo igualitarista mostró que la Plaza de Mayo quedó chica para la movilización política callejera argentina, la reacción oficialista literalmente no llenó ni media Plaza.
Pero eso se debió también a que bastante gente no entró a la Plaza y se quedó en el asfalto circundante: Bolívar y las desembocaduras de Diagonal Norte y Avenida de Mayo. Hay tomas televisivas que muestran la Diagonal (la blanca; la Sur era desolación) “llena”: sucede que la gran diferencia de esta “concentración” con las habituales, es que le caben las comillas porque la gente no buscaba concentrarse como masa compacta. El flujo era más bien el de una peatonal llena, como advirtió mi amigo Rubén Mira. Se armaban núcleos, rondas de agitación cantarina, y entre esos polos de mayor densidad, la gente circulaba: alegre, charlando, filmando, asintiendo. Con mucho espacio para pasear, mucho espacio entre los cuerpos. La libre circulación es, al fin y al cabo, uno de los principales valores de los adherentes a un modo de la política que por principio general prescinde de las reuniones multitudinarias. No es gente que quiera devenir masa. Ahora se dispusieron a ensuciarse, en una nítida variación entre el primer momento de gobierno, buenaondista, y este más combativo (la confrontación como modo de acumular legitimidad política: ¿nos suena?).

Una cuarentañera orgullosa decía a una correligionaria: “¡Acá no hay olor a chori, no hay olor a nada!”
Entre sonrisas, saludos y brillos de celulares (“la nota de color en esta marcha la ponen las luces de los celulares”, también TN), la escena tenía la forma de una recepción social. En efecto, estaban siendo recibidos. Ya en el subte línea A se veía, por ejemplo: un padre, cincuenta años, ojos de joya, informal pero impecable chomba, charlaba con su hijo, de unos nueve años, rubio de toda rubiez, que le preguntaba cosas con inocencia y tono bajito: cuánto falta, dónde nos bajamos, ¿y ahí va a estar Macri?, y él, papá, le contestaba también en susurros, con prudencia hospitalaria. Dos señoras paradas justo ante mí, sexuagenarias y pacatas, cuidaban que nadie las oyera; incluso yo que estaba pegado a ellas apenas cacé frases cuando se excitaban un poco más: “¡¡Yo no puedo creer, hay gente que dice que no robó!!”.
En las inmediaciones de la plaza el panorama era otro: alegría, emoción. Se cantaba el himno, se cantaba la marcha de San Lorenzo (“aaavaaaanzael enemiiigo aa paaaaaaso reedoblaaado”), se cantaba “De-mo-cracia”, “Sí-se puede”, “Mariaeu-genia/ Mariaeu-genia” (esas tres, con el cantito que en la cancha tiene “hi-jo-deputa/hi-jo-deputa”), “Si este no es el pueblo, el pueblo dónde está” (era la que más participaba del cancionero político argentino), y alguna que otra más: el resto, todas abiertamente reactivas. Como lo que la gente decía explicando su defensa a la democracia: “El peronismo tiene que dejar gobernar”, “El peronismo arruinó la gran potencia que era Argentina”, “El que para que no cobre, y que el gobierno saque los piquetes”, etcétera. Uno se presentó así: “El principal trabajador de la Argentina soy yo: treinta y un años como mozo, nunca paré, ahora estoy jubilado. Es todo mentira lo que dicen los peronistas, a mí cuando era chico en la escuela me hacían leer libros que decían 'Eva te ama, Perón te ama', pero a mí los únicos que me quisieron fueron mi papá y mi papá, eh, digo y mi mamá”. Su hija es arquitecta y decía: “¡Yo hace doce días voy a trabajar! ¡Basta de paros, hay que laburar! ¡Y el que para, no puede ser que interrumpa a los demás! Y el que quiere ser zurdo, yo no tengo problema, ¡¡pero que viva como zurdo!!, estoy podrida de los que hablan como zurdos y se van de viaje a Miami y tiene un celular espectacular”. “Al único zurdo que respeto -la apoyó el padre- es al Che, ese murió por lo que pensaba”.

Dos canciones reveladoras, en tandem (ambas con la misma melodía de insulto al referí), fueron: “¡¡No-al-paro/ No-al-paro!!”. Desataba fervor. Más aún la que le siguió de inmediato: “¡¡El seis a labu-rar!!/ ¡¡El seis a labu-rar!!”, que a varios enloquecía; recuerdo en particular una chica totalmente desatada, en éxtasis de alegría y furia, como púber ante su estrella, como intensamente encontrada con lo verdadero.

La estrella acá era una moral: que todos hagan sin más lo que deben. Nadie proteste. Que la realidad económica se naturalice, y no sea interferida. Es un sueño anti-político y por eso el valor “democracia” consiste en que los que jamás se implican en lo político puedan también ocupar la plaza política (que, claro, incluye la pantalla: “la marcha fue un éxito porque fue suficiente gente como para armar la cobertura mediática”, señala también Mira).
República”, “democracia”, “Argentina”, las pocas afirmaciones que acompañan a la unánime cohesión reactiva (“¡¡No vuelven más!!!” fue por muy lejos el hit), son nombres de un grado de abstracción elevadísimo, que sirven para evadir afirmaciones más específicas. No obstante esta plaza logra, “para sí”, asociar lo políticamente “neutro” (apartidario, independiente, libre, etc, etc) a una política que en rigor es extremista: la negación plena a las luchas sociales (como dice Diego Sztulwuark, atribuyéndoles causa patológica o criminal).
Jamás se ha visto, arriesgo, la voz del patrón afirmada tan literalmente por un encuentro sin líder presente. Dios Capataz debía estar echado en un sillón viendo la escena por tele, birra en mano y el látigo enrollado muy tranquilo a un costado, relajado y sonriendo. Era la polución nocturna del amo.
Por eso la cantidad moderada de la multitud propietarista no debe ser subestimada. Cierto que eran mucho más cuando la Mesa de Enlace hizo su acto en el Monumento a los españoles. Y los que secundaron a Blumberg en el Congreso. Y a “los fiscales” hace un par de años. Sin embargo ahora la antipolítica politizada avanzó en su prescindencia de referentes organizacionales unívocos. Y llegar a reunir, sin máquina de convocatoria explícita, una pequeña multitud que defienda el ajuste y el modelo de los grandes capitales concentrados, es un hecho cuya magnitud supera con creces a la cantidad de gente que reúne.

A nosotros no nos mandan”: es la fantasía perfecta de quienes encarnan la óptica patronal y propietaria. Muchos llanamente lo son: los dueños de las cosas. Pero también ellos son mandados por su temor. ¿Y los no dueños? A los laburantes la pax propietaria ofrece al fin y al cabo una vida. Una vida ajustada pero “tranquila” (sin estar recordando todo el tiempo la injusticia y el conflicto, sin chorros ni piqueteres...). Sin peronismo, entendido como la voz degenerada de los trabajadores organizados. La negación de la voluntad ajena (“los traen...”) puede ser el síntoma de un conflicto en la naturaleza de la propia voluntad, cuando la plaza de los que se sienten “no mandados” grita las consignas del patrón: lo que más afirma la plaza de los que se sienten no mandados, es el mando. Pero claro: el mando mediatizado no es percibido como tal.

¡Es un dedo en el culo la Cristina, un dedo en el culo!”, otra perlita al pasar. Esta cohesión de sentido propietarista tiene en su centro al kirchnerismo: esta plaza es su herencia, y no solo por sus políticas democratizantes e inclusivas. También por su modelo de acumulación política. Lo cual es un problema complejo, una de cuyas muchas aristas es la estigmatización del 2001, convertido de revuelta en mera crisis: esa conversión es uno de los argumentos por los que es comprensible que millones de vidas sientan que mejor seguridad desigual que lucha y conflicto. Ahora y mirando octubre los compañeros sopesan que “ain Cristina no se puede y con ella no alcanza”. Más que “no alcanza”, la kirchnerización de la resistencia fortalece las bases crispadas que pusieron al gato en la rosada. En cambio, en el 1A se cantó muy poco, casi nada por Macri; más por Vidal; y Clarín le da un palo diario al presidente... Las fuerzas conservadoras prescinden de personalismos y eso les facilita constituirse como el sentido común y la obviedad: la realidad del mercado como la única verdad.

Friday, May 26, 2017

Derecho a la empatía (de qué son bandera los pañuelos blancos)

Escrito en base a una conversación con Verónica Cetrángolo, Juan del Bene, Jerónimo Liñán, Lucía Scrimini y Rubén Mira.

1. Por qué esto, y qué se afirma

¿Por qué el 2x1 a genocidas encontró una reacción en contra tan impresionante? ¿Y qué se afirma en ese rechazo? ¿Qué se juega en ese consenso, virtualmente unánime, de que entre tanto palazo gubernamental -y vital-, este no podíamos dejarlo pasar? En la plaza había gente muy distinta entre sí (“¡capaz alguno que agitaba el pañuelo votó a Macri!”), pero eso no es tan importante como entender qué dimensión de valor es común entre aquellos juntos mas no revueltos. No importa tanto quiénes fueron, sino qué de lo común sensible sostuvo como intolerable que los torturadores murieran libres. 
2 ...si ya nos venían pegando abajo.

Ciertamente el Gobierno viene aplicando políticas de drástica gravedad desde que asumió; en sus primerísimos días, entre la quita de retenciones y la devaluación, multiplicó la renta de la oligarquía en proporciones y celeridad acaso nunca gozadas por los dueños de la tierra. Y desde entonces, mientras agigantó la deuda externa, implementó muchísimas medidas con impacto palpable en la materialidad cotidiana de las vidas:  los tarifazos, los aumentos en transporte y peajes, la suspensión de paritarias, los despidos, la recesión con inflación, la eliminación de trabas para la importación de manufacturas. Etcétera. Son medidas que afectan de manera mucho más inapelable la vida “de cada uno”. Sensibles y dañinas para la vida concreta; para una cierta concepción de la vida, la vida concebida en el plano de la Realidad, lo que se reclama como “mundo real”: mercantilismo y “liberalismo existencial”. El orden económico-político de la privacidad. La Realidad nos dice: más allá de lo que te guste pensar sobre vos y la vida, más allá de fantasías, opiniones y ensueños, bajo apuro vos no sos ni más ni menos que una realidad económico-privada. (En efecto, la Realidad nos apura, alta y cotidiana apurada).
3 ...y esto no tocaba la vida de “cada uno”.

El 2x1 no toca nada del relato prosaico y seco de “la vida de cada uno”. “Si viajo en un bondi y se sube Muiña, no lo reconozco”. Pero la movilización no fue moral, ni adhesión opinológica. Al fin y al cabo derrotamos -en esa bola- a un acuerdo compuesto por el PEN, la Corte, la Iglesia, las FFAA, parte sustancial de la corporación de prensa... El vínculo con la reposición de la impunidad para los genocidas es sensible, no es moral. Una prueba -aunque sé que no le hace falta, lector- es la velocidad, lo rápido con que se multiplicó la movilización. No se construyó la convocatoria: se lanzó y todos supimos que ya estábamos ahí (casi que se señaló). De hecho, tuvo relativamente escasa difusión por parte grandes medios; tuvo algo de clandestinidad masiva (dimensión de existencia en las vidas multitudinales que no es visible salvo cuando se corporiza. La clandestinidad masiva, por cierto, existe en las antípodas del regimen de la Realidad corporacionista, donde solo gozan de reconocimiento de existencia los cuerpos con algún grado de corporativización).

La multitud de “cada unos” que se juntó -o se mostró junta- en la plaza, expresa una dimensión de la vida tocada por el intento de reponer la impunidad a los genocidas, que no coincide con la verdad mercantil sobre la vida. Una dimensión que no coincide con los grandes aparatos de individuación, que resiste a la codificación mediática de nuestra presencia. Una dimensión excesiva respecto del liberalismo existencial.

Habría que pensar: cómo es que las luchas en planos de la vida que forman más parte de la Realidad mercantil corporativa (como los ajustes de salario, nada menos), venimos perdiendo, mientras que cuando toca moverse por algo que no responde a cálculos individualistas de subjetividad empresarializada, triunfamos.
4. Propietarismo existencial (uno tiene su vida, tiene)

El triunfo del liberalismo existencial (plantea el libro El llamamiento, del “Comité invisible”, editado localmente por Folía) es el hecho político fundamental de las últimas generaciones, aunque ha pasado desapercibido como suceso, y consiste, simple y llanamente, en la evidencia naturalizada de que cada uno tiene su vida. Una complejísima construcción histórica, de larga genealogía, ha elaborado esta segmentación privatizante de la vida, ¿no? Una maravilla.
Cada uno tiene su vida, y vos lo sabés.

Veamos tanto el “cada uno” como el “tener”. “Cada uno”: la vida, la concepción práctica de la vida, la vida como producto histórico-político, se funda en yo y no en nosotros (y nosotros era fundante de la subjetividad no sólo en vastas versiones de la humanidad, sino que también es el sustrato en que abreva cada vida naciente). En todo estás vos, y vos sos uno, propiamente único. Pero además, cada uno tiene su vida, la tiene. Es decir que el sujeto es previo a su vida, a la vida: es y tiene, existe el sujeto y tiene su vida. Es, por tanto, su guardián. La vida como propiedad, como mercancía -la vida como valor de cambio-. Propietarismo existencial.

La subjetividad de “uno” que tiene su vida prefigura al sujeto como vigilante de ese bien, como maquillador de esa criatura, pero también como capataz, proxeneta de su vida (así le escuché decir  a Lobo Suelto)...

En la antigua Roma, contaba Ignacio Lewowicz, lo “privado” designaba no afirmativamente lo que es de alguien, sino lo que queda privado para la comunidad. Una tierra privada no es tanto algo de alguien, sino algo que no es de todos. La vida privada -el premio occidental- es menos la vida de uno que el nombre de la enajenación de la vida de cada cuerpo respecto de la sensibilidad común. 
5. Madres amigas

El liberalismo existencial es el bioma en que vivimos como parte, en el bondi, en la sala de espera para el estudio médico, en los bares, todos saben. Pocas cosas lo desmienten: la reacción contra el 2x1 es una de ellas. Algo que no concierne a “tus cosas” tocó un lugar común sensible. (Un lugar que demostró, además, no sólo alta potencia política sino independencia del kirchnerismo. Las organizaciones kas estaban como uno más, no dieron ellas el tono).

Cuando vi por la tele que les estaban pegando a las Madres de Plaza de mayo, no lo dudé ni un segundo y salí a pelear”. Así decía un amigo al contar cómo vivió el veinte de diciembre del dos mil uno. Un amigo, propiamente, si, como le escuché decir a Silvia Duschatzky, un amigo es quien te saca de tu egoísmo.

El egoísmo, en el régimen del liberalismo existencial, es destinal. El viento de lo dado produce egoísmo. Hay composiciones, encuentros y alianzas por cálculos egoístas, por supuesto; dicho esto sin juicio moral. Liberalismo existencial: soledad saturada, soledad enajenada, pero soledad: no compartir los problemas, no compartir efectiva y afectivamente los problemas, y las alegrías (compañero: con quien se comparte el pan).

Se vio también el año pasado, cuando el Gobierno (no recuerdo si un juez o fiscal, activamente partícipe de la política gobernante) intentó detener a Hebe de Bonafini. En cuestión de horas, una banda de cuerpos se apersonó, para mostrar la densidad colectiva de ese cuerpo de Madre: cuerpo no detenible. No era un simple cuerpo de la Realidad. Algo de esas Madres, y lo que portan, es la médula de lo no domeñado de la vida local. No es un cuerpo sin más, es un cuerpo con más: es más que único. Ellas nos sacan de nuestro egoísmo; ellas son las amigas; son un fundamental principio de amistad política en Argentina.
6. Puesta en nosotros

¿Viniste? ¿Dónde estás? ¿Nos encontramos? Incontables mensajes cruzaban, ese miércoles, nuestra vivísima inmaterialidad, dulce enjambre no siempre empalagoso. Pero combinar encuentros era  casi imposible: el lugar, la plaza primordial de la Argentina y su extenso derredor, estaba disuelto como espacio trazable por la voluntad individual. La magnitud de la voluntad colectiva fundía a los cálculos personales. “No te podías encontrar con quienes querías, pero en ningún momento te sentías solo”. Juntura, complicidad, estar en confianza. “Y en otras situaciones masivas podés sentirte más solo que en soledad”.         
En el bondi, yendo, se convenía logística con cualquiera (dónde bajar, por dónde agarra chofer, etc), sin necesidad de explicitar que se estaba yendo al mismo lugar. Porque ya se estaba en el mismo lugar. En la pizzería posterior se hablaba animadamente con cualquiera, se regalaban cervezas... Una atmósfera sensiblemente distinta -especial- tomaba esos lugares consabidos. Un ambiente donde los guiños y los gestos tenían entendimiento inmediato; un lugar donde cualquiera podía asumir que éramos nosotros. La ajenidad mutua estaba aminorada. Mucho más aminorada que en otras marchas donde también se da (esa nosotrificación, puesta en nosotros). Incluso hasta la del 24, donde, un poco más que en esta, “cada uno iba desde su lugar”. Acá más bien se había tocado un lugar común donde ya estábamos. 
7. Pañuelos, banderas blancas

Es el nosotros, más que un partido, quien puede ponerle cotos al neofascismo simpático, al propietarismo, al garquismo, a la Realidad corporacionista, a la subjetividad pura del capital.... Los partidos valen si vehiculizan potencia nosótrica. Pero el partido, de por sí, es subjetividad política del orden de la Realidad, y acaso abroquele al fascismo, pero lo crispa, le da blanco para su reacción... El nosotros lo deja solo, y no se muestra tan fácil de golpear: los líderes, y los “puntos sólidos” en general, tienen una incidencia sustancialmente menor en el nosotros -esto, claro, hace también a su fragilidad-. La Realidad niega al nosotros, en “el mundo Real” no existe (hasta a las más consistentes organizaciones nosótricas puede leérselas, con mirada violenta, buscando por qué cálculos existen).

Es que el nosotros no sacraliza nombres propios. “Madres de plaza de mayo”, por ejemplo, no es un nombre propio (es una designación, o mejor aún: un señalamiento que nomina). La política centrada en los nombres propios es parte del propietarismo existencial. Las Madres no: sus pañuelos blancos, esos pañuelos cuyo dibujo tiene algo de nido, de espacio albergante, esos pañuelos blancos de las Madres fueron, el miércoles de la marcha, banderas blancas. Banderas blancas que llevan nombres, claro que sí: en tu corazón.
8. Nombres propios en tu agitación

Cuarenta días antes, había habido una movilización en defensa de la privacidad de las vidas, de los que quieren reglas claras del capitalismo sin más (“estar tranquilo”). Una marcha para limpiar de impurezas el liberalismo existencial (“quiero romperme el orto tranquilo sin que nadie me rompa las pelotas”, que la vejación sea desde atrás así puedo sostener la ilusión autogestiva de vida libre...). La diferencia icónica entre ambas movilizaciones es radical. El 1A, lejos de banderas blancas llenas de decisiones sensibles, ofrecía una saturación de símbolos patrios. Se agitaban banderas, vestían remeras, se portaban gorros celeste y blancos, se cantaba el himno, se alentaba al nombre del país; hasta la marcha de San Lorenzo cantaban, corderitos de dios... Acaso había más productos albicelestes que personas; la saturación era indudablemente síntoma de una desesperación, o, al menos, de una tapadera: evitaban  preguntarse con un mínimo de profundidad qué tenían de común los presentes. Los símbolos patrios, despojados de toda experiencia sensible de fraternidad, son un aglutinador abstracto, general, sin sujeto vivo (con sujetos que lo que ponen es una representación de sí). Así usados, los símbolos patrios son placebos de comunalidad. El placebo de comunalidad propio del liberalismo existencial. 
9. Aglutinadores “viruseros”

Cuenta Rubén Mira que Mariátegui planteaba que es más difícil distinguir a un comunista de un fascista que de un liberal, porque es más difícil distinguir entre dos personas con valores que entre una con y una que se desentiende de afirmar abiertamente... Pero una diferencia sustancial está en que el comunista afirma la semejanza universal, afirma la igualdad de todos los hombres (varones y mujeres...), mientras que el “nosotros” fascista siempre es excluyente. De hecho, la declamación nacionalista del 1A, por su insistencia, por su barroca repetición, hasta por lo rebuscado de sus recursos (¡la Marcha de san lorenzo, por Alá!) es xenófoba.

(Los aglutinadores de identificación colectiva placébicos, tienen algo burroughsiano: lo que decimos como si fuera propio pero es una entidad externa introyectada y animándonos, como el virus del lenguaje...).
10. Crueldad, asesinato y semejanza

El liberalismo existencial es componible con estos aglutinadores de colectividad placébica y virusera. Ambos implican una negación del principio general de semejanza, del principio de igualdad. De la fraternidad.

Lo cual invita a ver otra diferencia entre un comunista y un fascista, pensando en nuestra historia: la aplicación de tormentos, la violación como regla, el robo de bebés, el arrojo cotidiano de cuerpos al mar, en fin, la crueldad, es propia del fascismo. Eso que se llama extrañamente inhumanidad.

La tortura por supuesto implica un cierto reconocimiento al otro; la saña reconoce que hay alguien... pero crueldad (¡lejos de limitarse a una función informacional!) es una técnica de producción de desemejanza. Niega activamente la forma humana; reconoce en la negación la humanidad. Los actos llamados inhumanos no es que no sean humanos (de hecho desde cierto punto de vista lo son mucho más que comer o coger, prácticas animales...), sino que buscan negar la condición humana -es decir semejante- de un cuerpo.  

Matar no implica por sí una negación de la semejanza. El pelotón de fusilamento, por caso y como muchos recordarán, tiene como función disminuir la carga conciencial de haber matado (evitar concebirse como asesino), ya que no puede establecerse qué bala mató... Por eso los asesinatos de los guerrilleros no son crímenes de lesa humanidad: son atentados contra la vida de las víctimas (y contra su posición), pero no contra la humanidad que hay en ellas en cuanto tal. No niegan su condición humana. 
11. Desaparecidos, número hermano

Un argumento difícil. No se sabe cuántos son los desaparecidos. Son tretina mil, claro: es un número fundado en una contundente verdad del alma. Ahí tenemos una verdad -común, multitudinal- que resiste al vil orden de la Realidad. Porque la exigencia de que “muestren la lista de los 30 mil” es una exigencia del imperio de la Realidad, propia de la racionalidad donde papers con números son la realidad verdadera.

No se sabe con exactitud inapelable cuántos son porque su destino fue la desaparición. El número es no-precisable por la atrocidad de no dejar cadáver. Ni contar los muertos nos dejaron. Y ahora, con redoblada crueldad, niegan el número que surge de la impresión de las víctimas. Hijos de yuta -no parecen hijos de madres (el texto donde habla la hija de Etchecolaz -ella no Etchecolaz-, cuenta que la madre quiso rajar con los dos hijos; la madre quería huir del horror. De la crueldad. No era suya.)

No se sabe cuál es el borde preciso del conjunto de muertos; el conjunto no tiene un nombre propio preciso. Es un conjunto abierto. Por eso entramos cualquiera. Es un espacio nosótrico sin propiedad. El espacio de los derechos humanos es el espacio de un conjunto abierto de hijos faltantes, que nos instituye como hermanos. Hermanos maternizados. Por eso “no es una reivindicación, sino el espacio sensible donde pueden fundarse todas las reivindicaciones”, como señaló Diego Sztulwark.
12. Cómo es posible el mal (qué produce...)

El torturador, que busca negar que los cuerpos combatientes están animados por la humanidad común, repone el viejo e inagotable misterio del mal. ¿Cómo es posible el mal? ¿Cómo es posible el goce en la aplicación de tormentos, en la negación de la humanidad a los cadáveres? ¿Para qué sirve el mal, qué sirve, qué da, qué produce? Lo dicho: para la tortura es necesaria una cancelación de la empatía. Es necesario que la jeta del otro no diga no matarás. Es necesario negar que estamos hechos de lo mismo (y por lo tanto podríamos componernos...). Esta negación es condición de posibilidad de la crueldad, y, a la vez, es producida por la crueldad. Pero la afinidad electiva entre crueldad y capitalismo es, en realidad, evidente, en este día, y cada día.
13. Movilización del derecho a la empatía

La indiferencia es también una exigencia de la vida contemporánea. Una de las “operaciones necesarias para habitar -o tolerar- las circunstancias” (como definía Lewkowicz la subjetividad) de la vida en Monstruópolis. La vida práctica en el mercado laboral, en el mercado de consumo, en la calle, en la noche, en las redes sociales, la vida en la ansiedad, en rendimentismo y el cagazo, requiere de grandes bajones de la empatía (algo así decía también Rita Segato para explicar las violaciones y femicidios).

Con la empatía reglando -con reglas empáticas- no se podría vivir en el orden de la Realidad.

La empatía herida, la herida empática, es un dolor esencial en la vida contemporánea. Un trago que embuchamos antes de empezar el día, antes de despertar, antes de soñar. La ajenización mutua de las vidas. Que es condición de la carrera del Valor. Su techo anímico, también. Ese dolor es un dolor común. Ese dolor es el que fue tocado por el intento de reposición de la impunidad a los genocidas, al genocidio, a la tortura y la crueldad.

El rechazo al 2x1 implica una afirmación: la afirmación de la empatía como potencia.

La defensa de un umbral mínimo de empatía, de un cierto grado de la semejanza que resiste; de un cuántum mínimo de comunalidad que aguanta: en esto consistió la puesta en nosotros, la movilización de la multitud. Nos tocaron allí, en ese frágil y ajustado estrato a donde sin necesidad de ser idénticos, somos nosotros. ¿Qué más puede, este deseo empático? ¿Qué fronteras activas y potencialmente crecientes tiene su sensibilidad?