Wednesday, December 22, 2010

Redonditos al poder

[Articulo publicado en el segundo numero de la muy recomendable revista Crisis]

1- Gracias a Dios…
¿Dónde se juega la historia? El brote del cambio no siempre está allí donde sus efectos son más estridentes. Muchas veces lo que circula como visible está separado de su origen singular. Porque el monumento visibiliza -y vive de- lo que irrumpe como agite más que como discurso, como vitalidad no organizada según los códigos imperantes, y esa vitalidad histórica no tiene porqué indicar su proyección constructiva, su consecuencia institucional; agita con una frecuencia que abre posibles y planta intolerancias, como una negación que funda espacios de libertad sin necesidad de proponer alternativas globales.
Así las cosas, situar lo político no es sencillo; puede que la esfera destinada formalmente a tramitar la cosa pública no sea la que funda efectos políticos democratizantes, sino que las armas de insumisión y hambre sesudo de libertad vengan de otro lado. El denominado retorno de la política, entonces, merecería ser situado en su relación con las instancias de creación de posibles políticos. Como, por ejemplo, Patricio Rey: ese espectro pagano, ese tutor-excusa, ese tercero invisible pero común a todos los que estamos en su fiesta, que ya en los primeros años de la Dictadura protegía, en sus recitales, presencias de bronca jolgoriosa que querían “demostrar que hay vida antes de la muerte” (como decía el así llamado Mufercho, presentador entonces de la banda).
Esos espacios marginales –o mejor, excéntricos- contagian, contaminan, con su desesperada afirmación de autosuficiencia, vía vasos comunicantes complejos. Aún si pasan sin dejar monumentos, sino la apariencia-pendejada de que nada pasó, dejan la certeza, en los afectados, de que nunca nada podrá ser igual, en principio porque instalan un parámetro sensible y exigente para juzgar lo que advenga. Incluso si lo que adviene sí le hace un monumento a esa vitalidad, porque aquí, gracias a Dios, uno no cree en lo que oye. Es así nuestro Dios Patricio: gracias a él, no creemos.


2- Del 76 al 2001
La historia como banda activa de Patricio Rey fue de 1976 a 2001. Durante la dictadura tocaba en sucuchos, con monologuistas, performers varios y un obeso disfrazado de sultán que repartía bolitas de ricota, todo bañado por guitarra de Skay, hipnótica y frenética a la vez, y el inconfundible aullido-fricción de Solari. Con los Redondos se disuelve la oposición entre rock comprometido e intelectual y rock de joda: el rock ricotero es un pensamiento crítico que se baila.
El primer disco, Gulp!, fue grabado, distribuido y difundido en autogestión, como el resto de su trayectoria, sin empresas, sin sponsors, sin estructuras ajenas a la organicidad de su experiencia; esta fue de movida una de sus distinciones esenciales, que los inscribió fuera del “mercado” e hizo de su música algo más que música: el rock como expresión y sustento de otra concepción de la vida, de un mecanismo diferente de organización de las voluntades (Solari).
A Gulp! lo graban en el 84; en plena primavera democrática, abren diciendo “esta vez, por fin la prisión te va a gustar”. Desde su antro sucio y dionisíaco le gritan al encierro del espectáculo (aún el de la democracia). Eso es obvio en 1988 con Un baión para el ojo idiota, pero ya antes, en 1985, ese carnaval nocturno de intensidades, culto difundido de boca en boca, nombra su segundo disco con un saludo a la dicotomía política fundamental del siglo XX, Oktubre. No es nostalgia de la revolución perdida, no es un mero repliegue del proyecto emancipatorio en el arte. Porque se aprendió de las derrotas. El cambio no nacerá de una ocupación del Kremlin o la Casa Blanca; empieza por lo que hacés de la noche a la mañana, decía Solari, y cantaba –como si todo el tiempo y el espacio tensara su voz aquí y ahora- que un sueño acabó, ya te dijeron, pero no que todos los sueñitos… (Pura suerte).
Los Redondos condensaban la épica de las luchas contra la injusticia, el ímpetu de cambiar el mundo, con el vértigo sensual de cambiar la vida ya, sin necesitar convencer a nadie, sin conquistar voluntades; la libertad empieza hoy, porque si la emancipación es habitar la desigualdad desde la lógica de la igualdad (Ranciere), no se trata de sacrificarnos por un mañana sino de alterar la manera de estar donde estamos. Por eso ese disco, Oktubre, además de la tapa que pareciera reunir a Berni con Eisenstein en una noche de dark post-punk; además de la catedral platense en llamas, trae otro dibujo, uno de los que más alcance tuvo de la profusa iconografía visual que Rocambole (Ricardo Cohen, reciente Director de Arte de la UNLP) vertió vía Patricio Rey a la imaginería popular: el esclavo rompiendo su cadena. Esa figura demacrada que revolea con furia su cadena recién rota, la muñeca aún lastimada: la propia cadena, apenas suelta, se torna bandera de festejo de la liberación.
Ese es el esquema ricotero que hace que su obra –más allá de análisis y valoraciones-, música, letras e imágenes, atraviesen la cultura infundiendo en quienes se la apropian un inequívoco sentimiento de libertad: el esquema que va del malestar a la rabia, y de la rabia, por su propia fuerza de afirmación rabiosa, al festejo. Es fuerza, no poder. Así, los Redondos ofrecen una fuga del mundo que a su vez lo trastoca, porque ese “sentimiento” es una alteración de los valores. Es un raje (está llena de anuncios de raje, la lírica), pero el agujero de su salida ejerce un fuerza gravitatoria que obliga al entorno a posicionarse en torno a sí; una afirmación autónoma que instala ella misma los parámetros para valuarla. Un escape vanguardista.
Hoy, esa salida autónoma es la más insistente cortina musical de 6-7-8, o más que cortina, bandera, yo quiero verlas…

3 – Tandil, los redondos al poder
El del trece de noviembre en el hipódromo de Tandil fue el recital pago más concurrido de la historia argentina; ochenta mil personas dijo Solari desde el escenario; los tandilenses decían ciento veinte mil, misma cantidad que su población estable. Tandil vivió la fiesta de alojar algo que la excediera, esa marea virtual que, al corporizarse, desborda cualquier continente; miles y miles y miles de nómadas ocasionales, para los que no había nafta ni cerveza fría ni baños ni cigarrillos suficientes; millares de cuerpos que cubren calles y avenidas, convertidas en escaparate de banderas con nombres barriales y dibujos y frases tomados de Rocambole y el Indio. La gran tribu cubre la ciudad y espera cantando en su fiesta atávica; era llegar a Tandil y encontrar otro planeta que de pronto se expresa diciendo que está en este.
Esa marea ya no se desborda a sí misma como pasaba en los noventa. No deviene tierra de nadie; permanece tierra de todos. No se ve pungueo, arrebato ni saqueo, no se ven sí o sí peleas sangrientas ni avalanchas provocadas para entrar sin ticket, no se ve a la montada repartiendo palos al galope ni a los patrulleros rasando con descargas de balas de goma. De aquella crispación policial, hay que decirlo, puede haber cierta nostalgia, puesto que, en tanto reacción represiva, denotaba la virulenta fuerza de la marea en su regulación autónoma; es una memoria que puede contraponerse como recuerdo de intensidad ante la paz hoy reinante. Pero al final de la velada, después de horas aunados en masa fluida que grita, salta y baila, todos nos vamos felices y orgullosos de no haber perdido otro Rubén Carballo, otro Walter Bulacio, otro pibe a manos del poder de daño institucionalizado.
Es que los tiempos han cambiado. Por un lado, el dolor de Cromañón instaló una prudencia en los encuentros rockeros (sobre todo en los convocados por Solari, cuya única y fija bajada de línea desde el escenario siempre fue cuidensé). Pero específicamente la congregación ricotera, ya no se muestra erizada hacia el entorno –la versión dominante de lo público- como en los noventa, ya no se constituye en un radical a pesar del entorno; no se canta, por ejemplo, contra el gobierno, como se cantaba raudamente contra Menem, y apenas contra la policía. De los dos componentes principales de su pasión, ahora el festejo prevalece por sobre la bronca. La resistencia ricotera aguantó, las pasó duras –de hecho la banda no aguantó-, y hoy el entorno se le presenta menos hostil: no hay intendentes que suspendan shows, la policía no demuestra concebirla como enemigo directo, pero más aún, el ricoterismo parece haber devenido cultura oficial. No sólo banda sonora de la emocionalidad seisieteochista, sino fuente de consignas para La Cámpora (convocan a actos con la frase este asunto está ahora y para siempre en tus manos, nene), ¡parece que los ricoteros llegamos al poder!, y agradecemos al bramoso Aníbal Fernández por colgar en su blog los mapas para llegar a Tandil.
El análisis de la relación entre cultura redonda y oficialidad kirchnerista puede dejar de lado Las condolencias que, según el jefe de Gabinete, el Indio le mandó para Cristina (Si es posible y cuando lo creas oportuno, hacele llegar a la Presidenta el mínimo significado de nuestra sincera tristeza. Indio y familia). Porque el Indio no es tanto el líder, como el emergente del ricoterismo. La marea tiene su propia voluntad. Allí estaban, en Tandil, los militantes de La Cámpora tratando de ejercer la operación peronista de apoyar lo que se mueve para gobernar(lo) -la clase trabajadora en los cuarenta, los neoliberales en los noventa, los movimientos sociales y de derechos humanos post 2001-. Desplegaron una gran bandera y cantaban “soy ricotero, nacional y popular”, pero nadie se sumaba, y mucho menos con “soy argentino, soldado del pingüino”, pero sí se plegaba la masa (ellos no ven marea viscosa, ven masa trabajable) cuando iniciaban cantos netamente ricoteros.
Porque los cantos eran ricoteros, y ahí se ve cuánto el Indio –que facturó neto 9.600.000 pesos según la afluencia que él declaró- no es estrictamente líder: él y los Fundamentalistas del aire acondicionado mantuvieron la euforia escénica ante un público que alentaba un ay otra vez a Patricio Rey y sus redonditos de ricota como diciendo somos receptores pero nosotros decidimos el sentido de lo que nos estás dando. La hinchada repetía una y otra vez pocos cánticos; pero su devoción redonda no es una repetición sino una insistencia: aún frente a nuevas condiciones, se mantiene el enunciado –vamos los Redondos. Porque los Redondos no dejan de ser un ente abierto que incluye a quien lo grita. “Indio” no es un sujeto colectivo; sólo los redó designan en común a artista y público: no que sean iguales, sino que valen porque participan de lo mismo.

4- Legitimidad redonda
No es sólo por ese vínculo de consustancialidad entre emergente y público que el kirchnerismo busca arroparse con el sonido y la liturgia ricotera. No: a través de los Redondos, el kirchnerismo busca llevar a fondo su identificación con el estallido de 2001, sus efectos y su historia, la legitimidad dosmilunera (la paradoja de gobernar heredando el que se vayan todos, acaso superada en la plaza del luto).
Porque si los Redondos tuvieron efectos en lo público hay que buscarlos no sólo en el corpus musical ulterior, sino allí: en la revuelta de 19 y 20 de diciembre de 2001.
Habían sido entrenadas en la experiencia ricotera, por un lado, las formas de ocupación del territorio urbano del 19 y 20. Los saqueos eran frecuentes en los recitales de PR en los noventa, y, especialmente, el enfrentamiento con las fuerzas de seguridad en el centro (policía y privados, robocops sin ley), como puja callejera era menos propia de los saberes setentistas (aparato contra aparato) que de la experiencia de choque reiterado de las bandas ricoteras con la cana; sabíamos correr, aguantar, avanzar, seguir liderazgos variables, cuidarnos, no dejar tirados, llorar muertos… De hecho, una de las poquísimas veces que en la década del 90 las fuerzas de represión estatales tuvieron que darse orden de repliegue, fue en el recital de PR en Villa María, Córdoba, en mayo de 1998 (informó Clarín).
Además de la inteligencia material de la revuelta, también contribuyó al caldo dosmilunista cierta sensibilidad ricotera: la desconfianza ante el poder -mercantil y estatal-, el autonomismo autogestivo, y –cierto- rechazo al craso imperio de la nueva Roma.
Junto a los escarches de HIJOS, a las puebladas y cortes de ruta en el interior, los MTD’s en el conurbano, ese saber y esa sensibilidad ricotera fueron ingredientes esenciales de las representaciones de resistencia disponibles para la olla que estalló en 2001, y, aunque se quiera acusar como móvil del estallido al corralito, esos elementos fueron condición de posibilidad, cauce de existencia de ese grito que, sin organizar una configuración posterior, sacudió el tablero y dispuso nuevas exigencias y condiciones: esas condiciones en cuya fina lectura consistió el principal mérito del triunfalmente muerto jefe del peronismo, Néstor Kirchner (los pingüinos nunca caen para atrás).
Ahora bien, un punto adicional que merecería más pensamiento: si en 2001 termina la post-dictadura, en tanto lo que en ella era marginal pasa a ejercer poder de determinación central, gobernar legitimándose con la agenda progresista de la post-dictadura, ¿es progresismo combativo o cinismo que hace de un piso techo?

5- Con tanto humo el bello fiero fuego no se ve
Es ambiguo: nos alegramos de que lleguen al gobierno estéticas y retóricas y puntos de agenda que sostuvimos como resistencia muchos años. Al fin y al cabo la otra gran apropiación resignificante de 2001 fue el caceroleo propietarista de barrio norte y los piquetes de la abundancia. Pero al mismo tiempo, nuestro amo juega al esclavo y adorna nuestra esclavitud, y en el extractivismo exportacionista, sojero y minero, Gobierno y capitales acuerdan, derrame más, derrame menos (por no hablar de la burocracia sindical y la red de intendentes -perros que no se contentan con los restos- que constituyen el primordial sostén estructural del Gobierno).
Lo que más aprendimos es que la fuga, el rechazo a la mesa servida y el sostenimiento de una voz propia –aún o especialmente si no significa nada y es sobre todo intensidad de enunciación-, tiene efectos mediatos. Podemos entonces casarnos con el proceso de su institucionalización –apoyado y gobernado hoy por el peronismo, que nunca se casó con nadie-, o decidir que ese grito no es todo el grito, y gastar la vida sosteniendo los rajes de las formas habidas, como tribus callejeras que escriben la pared y sostienen, difusa, quizá atolondrada pero intensamente, el ánimo de otra concepción de la convivencia, el nervio del futuro. Confianza en lo que vibra de otra manera; en los noventa era imprevisible que el aguante derrocaría un gobierno (y unas formas de gobernar: con represión a mano, con el Estado como puro botones del capital transnacional, etc). Hasta la corriente de conversaciones anti-neoliberales, en aquellos años menemistas, fueron un modo del aguante, y su incidencia histórica es inconmensurable, pájaros de la noche que oímos cantar pero no vemos…
Y ante la asociación entre la realeza multitudinaria de Patricio y el Gobierno, el pogo más grande del universo. Es una enseñanza antropológica, la del pogo: se asume que todos, cada uno, somos peligrosos (por eso nos cubrimos con los brazos, incluso al principio con los codos), pero se apuesta por la confianza, por festejar el peso de los semejantes, por compartir una violencia habitable y anti-anodina. La marea, como dijimos, es fluida y espesa, te lleva: no podés apropiarte de un lugar. Durante Ji-ji-ji, en la inminencia del estallido poguero se abren con mucha fuerza grandes huecos para que haya espacio para el baile de chocar, pero apenas arranca la euforia, esos huecos desaparecen porque sus bordes también poguean, se fluidifican; el enorme campo se alisa y todos circulamos en caos veloz decidido, potencialmente tocándonos todos con todos, cualquiera con cualquiera, marea de potencia que perdió la forma humana, una igualdad fáctica entre ochenta mil cuerpos como muy cada tanto presencia la historia.



Thursday, December 09, 2010

Ensayos en vivo: ante la duda, todo

El sol cocina lento, amigos. Mientras tanto –dónde si no: eterna morada efímera- aquí estamos: consternados, rabiosos y de rabia exultantes; deseosos de juntada porque con tanto humo, el bello fiero fuego no se ve.
Por la felicidad algunos casi no pueden ni preguntarse. Junto a eso (pero separado) hay felicidades que nacen respuesta: no nos tengamos piedad, no dejemos pregunta sin experiencia.

Este viernes traducirán entrañas:

Elina Aguirre, guardavidas del mono que es nuestro señor, promete un elogio de los vecinos.
Fernando Aíta, épico y chusma, compartirá su diario de cosmogonía de la calle boliviana.
Daniel Liñares, oráculo de Gerli, imaginará la reencarnación como retorno eterno.
Santiago García Navarro derivará de la deriva.
Agustín Valle, burro laico, preguntará por los vasos comunicantes de la afectación
Federico Raspu Levín se presta: Fede, Cobos y vos.
Ariel Pennisi propondrá pensar la emancipación más allá de la derrota
Y Carolina Nicora, dama cénit, abordará para todos nosotros, la vida y obra de Mariano Ferreyra.

Además y a dios gracias, Facundo Gorostiza pelará Bach, y Lula Mari, pictoria.

No volvamos, camaradas, aunque tiente. No buscamos la politicidad de la experiencia; buscamos la experiencia de la experiencia. En el fondo sólo se lucha por lo que se ama (el resto es consecuencia). ¡Y hay derrota en la victoria! La verdad, no sabemos. Pero portamos saber: la historia no tiene otra carne.

Ensayos en Vivo: casi cumpleaños. Cuatro. Un nene.
Este viernes 10 de diciembre
21hs, comer no es sólo alimento y gusto
22hs, magia atencional…
En nuestra Casa Compartida, pachamama: Pje Argañaraz 22 (E/Israel y Lavalleja)

Wednesday, November 24, 2010

El Estado de las cosas


Compañeros enemigos
Néstor es Néstor, es así, aguante Néstor, ¿no?: se fue un compañero. Compañero de qué, difícil saber. En todo caso, estas horas dan la sensación de que Néstor –más que Kirchner, Néstor- reactivaba la posibilidad de pensar en términos de compañerismo; o de que alguien en posición jerárquica del Estado pueda detentar el nombre de compañero; o de que, al menos, alguien en tal posición legitime y habilite el fortalecimiento de la semántica compañerista entre los verdaderos compañeros. Un compañero porque se montó en un proceso donde nos encontramos con los compañeros genéricos, como los encuentros del miércoles en la plaza: compañeros de antiguas luchas, colegas de investigación entre pibes becarios, compañeros tácitos de prácticas autonomistas diversas, colegas de incertidumbre, co-problemáticos, vecinos de cumpleaños, amigos de amigos, muchas clases de “otros yo”: nosotros. Es decir que Néstor era una especie de compañero aún si lo consideramos, en algunos puntos, enemigo: Compañero por compartir un juego histórico donde se afirma el compañerismo, aunque no todos jueguen el mismo juego. Néstor, está claro, jugaba un juego que venía e iba más allá de él. Y su muerte agita ese juego: ¿hasta dónde puede llegar, el juego histórico abierto, rodeado de amenazas de cierre?

Peronización y dosmilunización.
Alguna fibra toca, Néstor. Este país es peronista, no hay nada que hacerle: ¿será eso? Es dudable, considerando que Néstor es Néstor fundamentalmente por cuánto y cómo se montó a un proceso de movilización social –que no es lo mismo que un movimiento pero está cerca- que no era peronista, que se había ido caldeando como oposición a un gobierno presunta y oficialmente peronista, aunque explotó contra un gobierno radical; en fin, Néstor supo, en todo caso, peronizar el dosmilunismo, dosmilunizar el peronismo. Pero queda una –tantas…- pregunta: ¿Hay brecha entre peronismo y kirchnerismo?

Estado sensible
Con Néstor nuestra generación sintió un Estado, si podemos pensar esto más allá, o más acá, del relleno que pongamos en la noción de Estado: que hay algo ahí, general, explícito, moviéndose, ocupándose de algo. Sí se sentía, algunos sentíamos, al Estado menemista: la presencia activa del Estado destruyendo sus alcances. El Estado como botones de los capitales. Y esto desemboca en que de pronto, durante horas y horas, la gente, o perdón, “la gente”, tiene un motivo muy hondo para entrar en la Casa de Gobierno (despedir al líder, saludar a la viuda y heredera), las masas finalmente inundando la casa Rosada, pero invitaditas, no invadiéndola.

Ha muerto un hombre.
Al fin y al cabo, ha muerto un hombre, con dolor en el pecho, con latidos y pulsaciones, con aprehensión y agite, con su definitivo estertor. Con sus deudos, sus herederos, intérpretes. Y su luto.
Al día siguiente de la muerte, jueves, atravesé el centro de la ciudad a la mañana, a pie. Venían y venían gentes a hacer presencia en la despedida, en la bienvenida a este nuevo momento; venían gentes sueltas y gentes asociadas, muchas agremiadas. Por ejemplo, cuando cruzaba la nueve de Julio, pasaron por nuestra avenida récord dos o tres camiones con la caja trasera descubierta, tipo los que transportan gaseosas, llenos, allí atrás, de “trabajadores” (asalariados, representados por el imaginario kirchnerista, defendidos en su indexado sueldo por la denominada burocracia sindical) con sus pilchas y hasta sus cascos: impresionante, venían como de fiesta, haciéndose chanzas entre ellos, y arengando a la gente en la calle, gritando, agitados; daba una especie de alegría verlos transitar la calle con su eufórica presencia, con la adrenalina de estar apropiándose por un rato de zonas cotidianamente dominadas por el universo de saco y corbata (y multitud lateral de cadetes). Es que claro: la movilización, en tanto que movilización, excita, alegra, festeja. Reunirse, hacer fuerza juntos, provoca un ímpetu de confianza respecto de los efectos de estar nosotros en el mundo. O es como dice un amigo, gorila por fina izquierda: es así el peronismo, tiene un fiambre y hace una fiesta, sabe que así hace historia… ¿Nos quedaremos fuera, por exquisitos, de la historia? ¿Y ese afuera sería impoliticidad o sostener líneas de fuga?

Sentido común por diluvio
Al igual que en los festejos del bicentenario, la masividad de la afluencia fue tan y tan creciente que los medios netamente anti oficialistas debieron plegarse a la noticia… pero todavía más que aquella vez, Clarín se ve imposibilitado de negar la masividad –masividad cromáticamente albiceleste, más que albiazul-, debe rendirse, es decir, plegarse, sumarse. Había pasado en los festejos del bicentenario: con el paso de las horas y los días, la increíble afluencia de público impidió que los grandes diarios hicieran otra cosa que sacarse el sombrero opositor……
Pero ahora, esta vez, Clarín aprovecha que no puede no montarse en el reconocimiento de esta masividad, de este triunfo, al fin y al cabo, de esta triunfante y exitosa muerte de Néstor Kirchner, parar salirse de ese lugar ideologizado, parcializado, en que se convirtió (o desnudó, da igual) en estos años, y volver a encarnar el sentido común, encarnación que fue su mayor logro post-dictadura. Reconocen la muerte patria, entonces, y anuncian que empieza otro tiempo político, la muerte del kirchnerismo…

Lo que viene lo que viene…
Muchos fuimos a la Plaza por miedo. Bah: yo no fui a la Plaza, que se sepa, pero muchos de los míos, de aquellos de quienes soy suyo, fueron, creo, por miedo. Por consagrar a Néstor como preservador de unos logros ante fuerzas que, en su ausencia, amenazan hasta no sé sabe dónde. Y en parte, creo, ese miedo, que deriva en un apoyo al kirchnerismo, en realidad se basa en una crítica, implícita: el sentimiento íntimo de que el kirchnerismo adoptó la agenda del progresismo, al menos en algunos puntos, pero transitó esos puntos sin ser minucioso técnicamente, ni estratégico políticamente, y, sobre todo, sin cuidar la basamenta de movilización social que empuje esa agenda, de manera que, quizá, se hicieron un montón de cosas, algunas bastante bien (la Corte…), otras más improvisadamente (la presunta redistribución), cosas que crispan a la derecha, que, así, cuando venga por revancha no encontrará una sociedad organizada para resistirla, y, entonces, ahora podría pasar cualquier cosa.
Pero no sólo del lado de los enemigos del proceso podría venir el retroceso, sino también de los integrantes reaccionarios del proceso mismo. Y este punto también abreva en la tradición peronista. Ya se venía viendo: en el asesinato patotero del pibe Mariano Ferreyra.
En ese choque se vieron dos líneas abiertas, fomentadas por el mismo proceso (la reivindicación de derechos de un lado; el negocio empersarial y la potestad sindical –propietarista al fin- por otros), que devienen enemigas entre sí. Y el conflicto se dirime por parte del sector más apoderado, con un uso cada vez más oficial de la violencia informal, como dice también mi rojo amigo. Ese asesinato fue absolutamente lógico respecto del modelo de acumulación del kirchnerismo, acumulación tanto económica como, sobre todo, política. Dicen que esa exacerbación de las contradicciones efectuadas por su política alteró la salud del millonario patriarca Néstor, que, al morirse, casi que lo terminó de matar a Ferreyra.

Células dormidas
Y sin embargo, esa falta de base social capaz de movilizarse empujando el proceso hacia adelante (burocratizados los movimientos sociales, estatizadas casi las Madres, contenta en paritarias la CGT), se vio, acaso, desmentida esa noche de miércoles en la plaza.
Muchos cuerpos, cuya cotidianeidad está como separada de la manija de la historia, entraron (¿ocasionalmente?) en su cauce, revelando que tenían una politicidad latente, que, si las papas queman, allí estamos, no pasarán...
Por otro lado, las formas mediatizadas de leer la situación no alcanzan, según parece por la efervescencia de mails, textos, comentarios y conversaciones: una corriente atolondrada y lúcida que busca encontrar su verdad, no consumirla (esta observación misma me la hizo un amigo...).
Dice por ejemplo el Ruso:
Creo que no hay que hacer seguidismo bobo ni tampoco aislacionismo purista. Elaborar dispositivos autónomos de percepción y producción, que convivan con el proceso en curso, dialogando, proponiendo, señalando y no dejando morir la imaginación política radical ni el malestar con el modelo “distribucionista” que democratiza el consumo y pone la vida entera a laburar.
O sea, una disyuntiva es si defendemos el kirchnerismo como vanguardia responsable de un proceso democratizante, o si es defendido autónomamente como piso del que no queremos bajar, piso, al fin y al cabo, compuesto por las condiciones que la movilización eclosionada en 2001 instaló como exigencias a la gobernabilidad, y que Néstor, pragmático, supo leer. O sea, kirchnerismo o anti-antikirchnerismo.
Entonces –optada la segunda opción- lo que importa es, como se dice, lo que pasa por abajo. Si “la vuelta de la política” es una conversión del agite en defensoría institucional, en lo cual implícitamente se admitirían como inevitables las enormes zonas de continuidad del kirchnerismo con los “intereses creados”, sea el no otorgamiento de la personaría a la CTA, como el sostenimiento del modelo extractivista –base, en definitiva, de la caja de distribución “progresista”-, el descalabro en el INDEC, etcétera (el verdadero Macri es kirchnerista, compañeros). Pero como dice mi amigo rojo, en su casa siempre abierta: discutir política no puede agotarse en poner en la balanza aciertos y faltas (que sería la máxima corrida por izquierda que Página 12 puede hacerle al Gobierno). No, discutir política es plantearse cómo se trató el poder. Y qué se hizo respecto de los sectores que, en 2003, eran los más vivos y dinámicos políticamente de la sociedad: apoyo, reconocimiento, y burocratización, estatización, y hasta caricaturización, si pensamos en los festejos del Bicentenario, por ejemplo en aquella enorme calesita mecánica donde muñecos de Madres daban vueltas y vueltas a una pirámide de mampostería, o ese camión de Fuerza Bruta (o algo así), también con Madres encima, en sus cabezas pañuelos resplandecientes, aureola luminosa, blanca de leds: este clip me pone tieso, me voy corriendo a ver…

Comunidad organizada
Una escena del miércoles a la noche en la Plaza. Me la contaron, claro. Repleta de gente la plaza y adyacencias. Sobre un kiosco de diarios, cerrado, subido un pibe, un pibito, unos dieciocho años. Pinta la pared, despacio, aplicado, con pintura. Abajo la gente lo mira. “Muerte…” y la gente lo mira: “Muerte al Estado”, y la muchedumbre desde abajo le grita, lo insulta, lo increpa, ¡pendejo de mierda, qué ponés, qué escribís! Se trata de un funeral de Estado, carajo, y la gente no tolera el graffiti del pendejo, lo insulta cada vez más, y él como inadvertido, sigue ahí, pero un tipo toma la iniciativa, un cincuentón ágil: se trepa como el pibe, se sube al kiosco de diarios y de una lo pone, le sacude la trucha al pibe que ni reacciona, recibe un golpe y otro y otro (golpes de Estado!), cobra hasta que un par de ciudadanos piadosos suben, también, y paran al golpeador, lo agarran al pibe, la gente de abajo le sigue gritando, y el concierto de defensores del Estado lo disuade, post-golpes, de tapar su escrito, cosa que el muchacho hace, cubre con pintura roja su proclama ácrata, y parece que con eso calma las fieras, pero cuando baja, nomás llegar al piso y acá no se sabe exactamente porque la persona que me contó sólo vio que la marea de gente –de agentes, definidos fácticamente- se le fue encima al pibe y lo deglutió en su defensa activa del Estado de las cosas, de las cosas obtenidas estos años, que, parece, son del Estado.

AjV, 28 de octubre y 23 de noviembre de 2010

Thursday, October 21, 2010

Para una historia de los fiambres públicos en Argentina

[Presentado en Ensayos en vivo]

¡Hay una historia de los fiambres públicos!
En la historia de la disputa por el sentido de esos fiambres, podría descifrarse la historia de unas correlaciones de fuerzas: las fuerzas que conciben lo posible, que definen lo visible, las fuerzas que conceden carácter común a ciertas exigencias, ciertos sentidos.
Un desfile de cadáveres dotados de la vitalidad de lo intolerable. Hitos en el mar normal de las muertes que pasan, admitidas como producción común. Banderas clavadas en la consistencia de los cuerpos muertos.

Hay muertos que alcanzan su voz, otros que no, y muchos muertos chirolitas de voces ajenas.

¿De qué se componen las afecciones, cuando replican lágrimas multitudinales, o cuando alimentan el lleno informacional, carne fresca contra la acidez del silencio? Batalla de muertos por la afección, batalla con muertos por la afección.
Juan Carlos Blumberg escupido e insultado hasta la expulsión de las marchas por los muertos de Cromanión, pero también, ahí, rechazada Carlotto. Historia intermitente del conflicto sobre los límites de lo que la sociedad mediática considera su interior.

Los fiambres del 19 y 20, por ejemplo, no provocaron una discusión sobre lo posible, como sí lo hicieron Maximiliano Kostecki y Darío Santillán, Maxi y Darío. Los mártires del veto activo a la posibilidad gubernamental de matar, de asesinar por motivos políticos. Sus nombres nombran algo. En cambio, de los treinta asesinados el 19 y 20, asesinados por el aparato represivo no del estado, sino de las fuerzas de gobierno, incluyendo el estado(), no quedó un solo nombre propio. Sólo el rosarino Pocho Leprati, y es un caso aparte, el Angel de la bicicleta.
No sabemos nombres, no son tanto personas como muertos. De Maxi y Darío recuerdo leer notas biográficas en los diarios, de lágrimas; también la película La crisis causó dos nuevas muertes, de lágrimas. Maxi y Darío, piqueteros, militantes barriales, trabajadores comunitarios, compañeros del aguante, Darío Santillán compañero que no abandona: un héroe muy frágil, una heroicidad del nosotros. De los muertos de dos mil uno, en cambio, no sabemos nada, ningún rasgo personal, salvo los motoqueros: que eran motoqueros.
Son muertos que no tienen una significación, un sentido, a la altura de su estremecedora violencia, de su atenta sensibilidad y su arrojo entregado a la historia. Pareciera que quedan dentro de la respuesta –y apropiación- oficial a lo abierto en 2001. (Eso muestra el video de Rubén: los muertos del dos mil uno pegados a los de los setenta, como giles que cayeron en una farsa.
Esos fiambres son puro fiambre numérico, fiambre imagen, sin implicancia de sentido. Es como si nos olvidáramos de que todo muerto es político… Como si no pudiéramos asignar un sentido de vida a esas muertes. Es el sentido de la vida el que valoriza criteriosamente la muerte. Esos criterios de valorización son la disputa… Axel Blumberg es un sentido de la vida; Romina Yan otro; Fuentealba otro, Yabrán otro; Comandante Ernesto Che Guevara, nuestro cadáver exquisito, otro.
¿Qué efectos políticos tiene que no se sepa quiénes son los muertos del 19 y 20? La cápsula. No tenemos una imagen de politicidad disponible para nosotros. No son vidas políticas: sólo son muertes políticas. No se logró armar, asignada a ese morir público, la figura de una vida con deseos propositivos sobre lo común. No tenemos a mano el sentido de la vida de la vida que se juega en esa muerte. Son muertos sin vida propia. Pero entonces, lo que no está claro es la politicidad de esos cuerpos. O sea, no está clara su politicidad fuera de ese día. No está claro hacia dónde tiran la historia, qué capital nos dejan en términos de politizaciones posibles, de invención de modos de relación con el mundo, de dimensión de valoración de la vida. Sí tenemos una oficialidad de turno que, más o menos velada y más o menos parcialmente, vive de satisfacer las demandas encarnadas en esos cuerpos. Cuerpos que, eso sí, nos recuerda que siempre tienen, los cuerpos, una politicidad latente en los cuerpos.

Hay una dimensión de vitalidad que perdemos de vista por no encontrar contra qué y en forma de qué expresar la rabia, o, antes aún, el malestar. Y naturalmente, queremos que el malestar se transforme en rabia, y la rabia, por afirmarse, en alegría. Como el dibujo de Rocambole (el de Octubre, el esclavo rompiendo las cadenas): la demacración en bronca que rompe cadenas, y la cadena como bandera del festejo del grito. Del malestar, del dolor, a la rabia, y de la rabia, por la fuerza de su afirmación negadora, a la alegría, y desde la alegría nuevos mapas de nuestra vida mundo.

Thursday, October 07, 2010

Ensayos en vivo: la muerte y los sánguches

Queridos amigos

¿Podremos hacer magia sin magia? Desconfiados nos hizo el tiempo, pero tenemos algo para decir. Ante una felicidad que tanto se parece a la muerte, ante la evasión ansiosa y eficiente, la vida no precisa justificación: zambullidos a la salvación que nos da el fracaso eterno.

Nada es del todo cierto, coexistentes, salvo nuestra convicción sensible de falsedad general: Mierda y pura mierda. Todo lo bueno nace a pesar de. Y nosotros, monos mañosos, revivimos de nuevo.

Este viernes, Ensayos en vivo: La muerte y los sánguches.

Harán el cacao:

Daniel Liñares, pensador de lo divino, se posará en El ardor y las llamas.
Ariel Pennisi, centrojás paciente, brindará anatomía del ensayista.

Pato Suárez tocaría pero no se sabe.

Osvaldo “desmentida del tiempo” Rodríguez matará a la madre.
Elina Aguirre, hada punk, sostendrá que Las fiestas de disfraces son la muerte.
Federico Levín, nuestro emisario para todo, hará justicia con Romina Yan y la muerte mediática.
Agustín J Valle, tartamudo por horarios, abrirá La muerte y la vida de Ensayos en vivo.

Y Rubén Mira, varón regalador, pasará o no pasará el video Dame dame dame, toda la noche escuchando Abba.

Hermanos distantes, ensayamos para un día que no llegará; vivamos el futuro en el presente. Que el aburrimiento como suelo común es un modo de control.
Por la gran aventura de la duda, por individuos que no coincidan con su función. Hedor y motivos para decir “esto”.

Ensayos en vivo, sin cuenta edición.
Viernes 8 de octubre
21hs multiplicaremos sanguchada. Importante!: Vale traer aderezos caseros.
22hs confianza en el lenguaje
En nuestra casa común Pachamama, ahí en Argañaraz.

Wednesday, September 22, 2010

Fóbal

[Afiche: Rodrigo Noya]
Con la narrativa, creo que el fútbol tiene una relación de consustancialidad natural: el partido mismo se relata, amén de la fruición descriptiva a la que invita. Ahora, narrativa hay mucha sobre fútbol, pero ensayo, o sea textos elaborados desde una pulsión de pensar, más que de contar, no tanto: desde Dinámica de lo impensado, librazo de Dante Panzeri del 67, hay que rastrear mucho entre cuentos y viñetas comentadas. Pareciera asumirse que aunque de fútbol se discute, se debate, se polemiza, no es terreno para pensar, que de fútbol se sabe, o no se sabe, o incluso que sólo se siente, en pobrísima escisión entre pensamiento y sensorio. Pero el juego es un pensamiento de los cuerpos en interacción: pensamiento geométrico, cinemático, temporal. Y la puesta en juego de ideas también es una fiesta de los músculos. Pensar el fútbol en sus muchas dimensiones es enriquecer la experiencia de aquello que nos encontramos siendo: futboleros. Concientes de, si se quiere, su inutilidad, porque no se persiguen utilidades ulteriores, la pasión se pone porque sí, porque ahí se pone. Fútbol y pensamiento son imposición de sentido inmediato.





Humor como recurso discursivo político:

"Porque la política, ya dijimos, es mucho menos afiliarse a un partido, o tener ciertos discursos generales, que que un grupo de pibes logre colectivamente problematizar una situación: encontrarle su lado grotesco, su lado estereotipado, sus lados agotados y sus posibilidades."

De un diálogo entre el Colectivo Situaciones y el Frente Estudiantil del Normal 4

Tuesday, August 31, 2010

Actúa

Vi un video en Internet, una filmación, o sea, ya no sé ni siquiera si la palabra “video” es correcta. Como sea, vi en Internet el video donde tres amigos son entrevistados; no se ve ni oye al entrevistador, y la cámara fija los toma sentados en un sillón, tazas en mano. Mirando al cuarto excluido, hablan de su militancia y pensamiento, historizaban (genealogizaban) sus posiciones en las sucesivas coyunturas urbanas, argentinas, regionales y globales. Los tres, por supuesto, serios, hasta graves. Interesante poder ver el relato del devenir de un pensamiento, y de su presente, cuando uno guarda algún acervo de memorias de los momentos esa historia; uno ve actuando activamente personajes (las ideas como personajes de una historia intelectual) cuya composición uno más o menos observó.


Los veía y creí entender que nunca estamos de otra manera que actuando, al fin y al cabo.


Pocas palabras son tan disyuntivamente valoradas como “actuar”.


Actuar es habitar un filo, filo que propone una indistinción del acto y la actuación. Hay que bancarse el filo, imagino, al verse online. Suelto, más o menos suelto, en el coro de fractales, donde algunos movimientos acaso se inscribirán como efecto de ese actuar bien tomándolo como acto, bien como actuación. Hace falta aguante y confianza para sostener un actuar que en principio no sabe si será acto o actuación.

Y ahí es donde el cinismo se encuentra en coincidencia con la presunta crítica del espectáculo 2.0 (donde consumimos nuestra propia emisión como imágenes-mercancía). ¡No actúes, que estás actuando!

Actuar la emancipación, ¿es actuarla o es actuarla? Ahí es donde el cinismo opta castrado y señala oportuno, y el vitalismo actúa y actúa y abre la posibilidad.

Monday, June 28, 2010

Advertencias

Reliverán
Metoclopramida

Venta bajo receta

Acción farmacológica
La metoclopramida estimula la motilidad del tracto gastrointestinal superior sin estimulación de la secreación gástrica, vesícula biliar, o pancreática. Su mecanismo de acción no está totalmente esclarecido. (…)

Advertencias
(…)
Depresión mental: la depresión mental ha ocurrido en pacientes con o sin historia previa de depresión. Los síntomas pueden ser leves a severos, y pueden incluir ideas suicidas o suicidios. Sólo debe administrarse metoclopramida a pacientes con antecedentes de depresión en caso de que los befenicios esperados superen a los riesgos potenciales.
(…)

Monday, June 14, 2010

De pies a cabeza. Ensayos de fútbol

Co-probelmáticos, a qué negarlo, actuamos alguna vez de nosotros mismos. Nuestro enemigo íntimo, nosmismos. Somos como cualquier otro: estos. Creemos y al mismo tiempo no creemos. Así es el fútbol. Pensarlo no es una elección; nos toca, el fútbol -nos afecta y nos corresponde.

La jugada es un concepto y la idea, fiesta de los músculos. Pobre quien suponga que de fútbol meramente “se sabe” o es “puro sentimiento”; la alegría, si es tal, es una, De pies a cabeza. Ensayos de fútbol - Antología. Tercer título de la colección Ensayos en libro.

Presentan:
Pedro Mairal
Fernando Aíta
Ezequiel Cogan
Guillermo Piro
Diego Sztulwark en pluma
Rubén Mira

Además, el guitarrista Facundo Gorostiza hará jueguito, Patricio Diego Suárez nos llenará de aliento, y la salvación de una noche la completará, animando, Rodrigo Noya en vivo.

Este viernes 18 de junio, desde 20.30, nos albergará Arte sin Techo, Medrano 107. Esperámosnos.

Thursday, June 03, 2010

y cordero atado

Muy buenos textos sobre los "festejos del Bicentenario", en un blog que conocí, alegrándome, gracias a Diego Sztulwark.
Una mirada que no descanse en los nombres de las cosas para darlas por sabidas.

Más reseñas

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Nueva tanda de reseñas en Soloentrevistas, de recientes libros de:
Mariana Enríquez
Fabio Morábito
Colectivo Situaciones
Jacques Ranciere
Haruki Murakami
Katja Lange-Muller
Marcelo Cohen
Jorge Alfonso
...

Saturday, May 22, 2010

Ensayos en Vivo, víspera del Bicentenario

Compañeros de maraña, henos aquí. Cada uno con sus intereses (y el diablo es neutral…). Todo está dicho, pero no produce felicidad: el cambio de ilusión a ritmo acelerado disuelve poco a poco la ilusión del cambio.
Pero pasan los años (pasan los jugadores) e insiste otra calidad de interés -Nosotros consiste en un fondo común de desinterés.

Este lunes hay fueguito de nuevo; la carne la prestan Osvaldo nene Rodríguez, con el suicidio del Tricentenario, y Daniel concomitante Liñares, con la tumba fronteriza. Pero si doscientos años no es nada che.

Además, al rescate del último secuestro, Hernán Gallegos y Patricio Suárez encarnarán unos tangazos, porque, en esta tierra, hace mucho que no todo es culos y crueldad.

Este lunes 24, recibimos el Bicentenario:
20.30 circula la locrura
21.30 nos callamos juntos
En el Círculo Cálido de Argañaraz 22 (e/Israel y Lavalleja)

Camaradas, dicen que el enriquecimiento del vivir exige denunciar todas las pobrezas.
Ensayos en Vivo invita: resignación activa, afinidad electiva de los sin fines. Ratos y ratos de recuperar la ciudad; de inmediatez a inmediatez, saludando al infinito.

Wednesday, May 05, 2010

Qué fiaca

I. Un hacer fundado en las ganas de no hacer

Voy a hablar de la pereza, de las ganas de no hacer nada. De “la ley del mínimo esfuerzo” que, lejos de su demonización escolar, es una ética, en todo caso una ley justa, pero no por justicia: la fiaca como la medida justa de las cosas, la pereza como gran vigilante de la genuinidad del hacer.
Hay una cuantiosa tradición literaria al respecto. Lo que demuestra desde el vamos que hay cierto desgano que, a sus anchas, resulta creador. No aspiro a inscribir este ínfimo ensayo en esa tradición. Porque en tal ansia, la tradición deja de ser una cosa que está acá entre nosotros, nutriéndonos inevitablemente, en nosotros constitutivamente, para pasar a ser una línea existente de por sí –tipo sacra–, que puede albergar nuestro hacer si cumplimos con algunos requisitos de acceso. Y considerar el propio hacer, es decir el presente, desde el lugar que tenga en la línea proveniente del pasado, es algo sólo posible si vemos nuestro presente desde su posible imagen futura. Inscribirse en una tradición pasada suele ser un ansia de existencia futura que desprecia el presente, lo más puramente presente del presente. Además, entre esos requisitos de acceso a la tradición está el de referirse a algunos de sus pasos, cosa que me da mucha, mucha fiaca, no por desprecio de la lectura –seguramente he leído y vuelva a leer al respecto–, pero sí por desgano de “ir” a leer unos textos –transformándolos en bibliografía– justo cuando lo que quiero es escribir.

[Sigue acá el texto publicado en la Antología de Ensayos en Vivo y presentado en la Juntada de fines de 2008]

Thursday, March 25, 2010

La Cumbrecita

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Sender o no sender (primeros días)

Me gusta el camino libre, el que no era camino; lo que se abre al margen, con certera incertidumbre, desnudando la contingencia del sendero habido. Tan sólo unos pasos al costado bastan para dejar atrás las referencias, aunque siempre están el sol o las estrellas –mentira, ahora mismo se nubla. Me gusta la ladera cruda, porque sí y porque no es sendero y entonces cada cosa, cada lugar donde nos detenemos pisándolo o enfrentándolo, merece ser observado en tarea comprensiva y definitoria.
Pero sin embargo también me gusta seguir el sendero hacia el punto valorado como objetivo superior por generaciones y generaciones, peregrinajes cuya repetición hace visible su camino en el organismo-montaña. Dejan roca desteñida, pulida por tanta pisada, tierra aplastada y maleza despejada en línea.
Frente a la evidencia de composición multitudinal del camino Uno, imposible saber cómo aportarán mis pasos, qué huella dejará mi parte. Los actos propios sólo concretan su efecto en la asociación con los muchos.

Por otra parte, el sendero, aunque llega seguro al destino predeterminado, está hecho de puntos dudosos. Toda su superficie tiene aquí una piedra que no se notaba suelta, allá una raíz floja, acullá tierra arenosa que resbala. El sendero mismo está lleno de apoyos falsos, y a cada paso hay que detectar el sostén real.

(Si encontrás un palo que te ayuda, aprovechalo. Hay que ir golpeando como cieguito antes de cada paso, para que vibre el suelo y huyan las víboras, para las que de hecho somos medio ciegos, además de que ayuda a trasladar el propio peso. Cuidalo, el palo, y usalo mientras te sirva, lo que significa que se romperá mientras lo uses, entonces cuidado, no te confíes demasiado al palo. Y probá los límites de la herramienta en falso, cuando no decida tu suerte.)

(Una roca, años, cientos, miles, ¿cuántos?, la misma puta piedra. La misma.)

Algo más sobre el sendero. No hay, no hubo un precursor primero. Porque ninguno podía estar seguro de que no hubiera habido uno antes. (Por eso, quizá, Herzog se fue a la Antártida para buscar precursores posta). Ser el primero sólo existe como efecto subjetivo. Y en el re-corrido del sendero, que siempre es un viaje, cómo saber qué punto de pausa no da una perspectiva nueva, inaugurando un posible nuevo desvío.

Aunque salí del sendero, me encontré, al rato, buscando su misma meta. Pelotudo, pero claro, por otra parte, esa meta tiene la virtud de ser una cima. Y tras mi solitario camino, intermitentemente común, llego arriba y hay alguien.

Lo bueno de bajar despacio es que los panoramas son más dados. De bajar rápido, que aumenta el agite en la experiencia, acerándose pero sin llegar al arrojo.
Lo bueno de bajar por el sendero es que hay menos chances de pisar un escondrijo de serpiente. De bajar por fuera del sendero, que hay más chances de encontrar pedazos grandes de mica, espejo milhoja. Igual la mica, pepitas de la sierra, es generosa y democrática: hecha trizas, desparrama su brillo en el sendero. La mica tiene su verdad: es lo más lindo de mirar y lo que peor hace si se te mete en los ojos.




Más sobre senderos. El sendero puede ser abandonado para inaugurar senda ocasional. Pero cierta lógica senderística queda como patrón de movimiento. Pensados para público general, los senderos suelen demorar el ascenso en rodeos y rodeos; la mayor vertiginosidad que adoptan no pasa de una línea quebrada en zigzag. Ahora bien, cuando salgo del sendero -que seguí, en la aguda imponencia de las montañas, durante largo rato, porque al estar yendo lejos, perder su guía era peligroso-, para bajar al arroyo -arroyo que se me muestra de pronto ahí abajo de una ladera suave, con piedras en ángulo transitable y una pradera increíble que se extiende a lo largo de su margen, formando un pequeño vallecito en la quebrada por la que se escabulle el agua entre la rigidez de las masas pétreas-, cuando bajo y, especialmente, cuando subo, decidiendo cada paso, como manda la precaución cuando uno salió del sendero, vaya más rápido o más lento describo un zigzag, no voy recto. Y noto que tengo que resistir una queja interna, una vocecita que grita eh, gilún, cortá la franela, andá directo al grano. Pero por suerte pienso en sexo (en polvos) y en fútbol (en partidos), y constato que efectivamente el zigzag puede ser el recorrido propio y necesario para llegar con la presencia precisa al último paso.


El piso es un buen borde
Subir el río por su cauce de rocas es una delicia, el agua acaricia la piel como si la vida se hubiera sintetizado en un líquido esencial que fluye cristalino. Cursi pero real. Es, también, un desafío. Es peligroso, pero con cuidado cuidadoso se anula prácticamente el riesgo. Es un desafío, y no sé si el desafío en sí es una modalidad enriquecedora, pero este es un desafío de la naturaleza, es decir, un desafío en el zumum de la imparcialidad.
Un verano, en la niñez, vine a Cumbrecita y también vino mi amigo Ezequiel. Un día cruzábamos el arroyo Ambach en una parte donde es ancho y bajito, de unos treinta centímetros de profundidad promedio. Aprovechamos entonces y en vez de usar el puentecito de tablón que había, cruzamos descalzos por el lecho, con los pies en ese agua fresca y todo el tiempo renovada. El iba delante, y es inolvidable que me dijo, cuando nos faltaban nomás un par de metros de lecho de roca y piedras para llegar a la orilla, cuidado que esa piedra de ahí está resbalosa. Bien, supongo que pensé: ahora que sé que está resbalosa, puedo pisarla precavido. Pero resbalé todo, con la mala suerte de que ahí nomás en el fondo había una botella rota, que se clavó de punta en mi pierna, bajo la rodilla. Recuerdo ser llevado en andas, a la corrida por el camino, y aprender, a puro chorro, lo que es un torniquete. Ahora, mientras voy por el lecho del río, no cruzándolo sino, en mayor proyecto, remontándolo a lo largo, no confío mis piernas -con sus viejas y nuevas cicatrices - ni a las piedras resbalosas ni siquiera tampoco a las exentas de verdín, porque aprendí que lo más seguro, siempre, es pisar el fondo, desde donde más abajo no se puede caer.


Desde mi piedra balcón
Una persona es, en uno de los muchos planos donde se figura, y por tanto permite pensarla, una enmarañada red de tapones, compresas exprés, redistribuciones de prioridades y dependencias anímicas, una sofisticada máquina de conjugar un espectro de frustraciones y nacimientos, cosas que caen en alguna línea donde la vida tiene presencia, y al caer, para no irse con ellas, eso que me ahorro pensar llamándolo la vida redistribuye su peso hacia otras ventanitas, extremos en proceso de líneas. Pero el fin de cualquiera de esas estaciones de existencia, momentáneas pero con incidencia en la gran mezcolanza, afecta, de modos complejos, muchas de las demás estaciones donde hay algo en juego. Pienso en una escena de una de las Guerra de las Galaxias siglo veintiuno, con la reina Amidala… Es una sesión parlamentaria. En un enorme espacio aéreo (pero, creo, bastante o del todo cerrado), centenares de congresistas tenían palcos flotantes, multitud suspendida en balcones en el aire. Así me imagino la red de estaciones lúdico-existenciales (“hay algo en juego”), pero mucho menos ordenada, más demente y fascinante.

Antropocéntrica falacia de Greenpeace
¿Por qué no tiro esta bolsa en el bosque? No quiero ensuciar la montaña, que quede la bolsa ahí. Me molestaría mucho estar de paseo, sin otro signo humano que mi cuerpo vestido y el sendero donde esté el sendero, y toparme con una bolsa de nailon blanca, atrapada entre dos piedras, flameando sonora como recuerdo de la boludez y la basura. ¿La montaña en sí? En sí para nosotros, porque sólo importa la montaña, y su salud de preservación, dada la existencia humana. La única zona del cosmos donde importa el cosmos es en nosotros.
La naturaleza es accidental y puramente accidental en su irrefrenable inmanencia natural (porque es la inteligencia Mayor: cualquier incidente, cualquier condición, no es sino premisa generadora). Me importa la naturaleza contra la contaminación humana pero sólo bajo consideración de la conciencia transhistórica, el gran nosotros. Aunque hablando de conciencia, también es cierto que, si bien recojo la basura que encuentro en la sierra, no levanto todo. Dejo alguna cosa fea –envase de papas fritas, marquilla de cigarros-, porque su evidente molestia puede generar conciencia.


Martes 9, reflejo interior
Desperté más temprano que nunca; nueve y media me dijo la hora una compañera de cuarto (obesa hostelera solitaria ocupada sin parar en que todos la quieran). Dormité un buen rato más, entrando y saliendo, y me levanté justo para no perder el desayuno. Abrí la ventana, como cada día, para estimar la hora por el sol (por la sombra), pero hoy no había rayos: todo gris, vaporoso. Nublado hasta el piso, nubes cubriéndonos como organismo invasor. “Por la otra ventana se ve que las montañas ni se ven”, informó Julián, jovencito que, digámoslo, duerme arriba mío.
Durante mi como siempre muy lento desayuno, se puso lluvioso. Pero fue la lluvia perfecta, una llovizna que parecía ser no exactamente una precipitación sino, más bien, la masa de microgotas suspendidas de la nube bajando de visita.
Se oye lluvia, pero hace contacto tan levemente que mi preparado atavío permite un par y más de horas de vagabundeo exterior. De sentir los olores que larga el bosque mojándose, el bosque morada del pueblo disperso (fui por uno de los caminos laterales). Olores extraños, inéditos, que no di en describir, o sea en comparar. Pero es sabido, las cosas más singulares resultan las más verdaderas.
Empinando la ladera, el alcance visual se estrecha cada vez más. Las hojas de las plantas y árboles quedan empapadas y vertientes. Pero hay algunas, más afelpadas, más ásperas (elementos comúnmente contrapuestos pero, aquí, funcional y efectivamente idénticos), que retienen gotas enteras. Estos arbustos ofrecen una miríada de esferitas, de distinto tamaño, que en efecto galante reflejan la luz no desde sus superficies, sino habiéndola introyectado en su masa, líquida pero consistente, con bordes y sin derrame. Reflejan desde adentro, las esferitas, parecieran tener un fondo de mercurio, un íntimo fulgor de plata; pepitas de luz salpicadas en las plantas.
Hay otros efectos decorativos de las bolitas. A los lados del sendero, que subiendo por el costado de la olla conduce a las altas piedras de lanzamiento al agua, sobre el piso se ven unas plantitas, de tallos muy finitos y ramificados, delicadísimos, que también retienen gotitas en su dibujo fractálico y tridimensional; un racimo resplandeciente de mínimas esferas. Más: las telarañas, delatadas por las gotitas que las trazan y, entonces, resaltan del fondo verde oscurecido del bosque mojado. Así vistas, maravilla formal, bien merecen su eficacia predadora. Igualmente mientras baja más bruma, cada cosa gana en anonimato y olvido. Todo se invisibiliza, y hay que tener mucha confianza o seguridad en la existencia de las cosas para sentir que están ahí, bajo esa densidad gris pálida, viva, como repentino gas en el boliche de Dios. (Claro que creo en Dios: Dios es todo esto).


Jueves algo en el Vallecito

Hoy apunto al Vallecito de abedules y la Cascada Escondida. Caminé largo, largo por el sendero que sube hasta el filo de la montaña (distante, según me dicen, unas doce horas caminando). Alto, largo, andando la cresta de una sucesión de montañas, hay un rancho. A la distancia vi movimiento, y entendí la escena como dos tipos ordeñando una yegua, cosa que asumo equivocada. Pero antes de que pudiera cortar distancias, ladridos de perros vinieron hacia mí, y tras ellos se alzaban al pique cuatro, cinco canes de actitud antisocial. Frené y di un paso atrás, tal vez dos o tres, pero cuando vi que sólo dos de los perros, los más grandes, pasaron la tranquera abierta y seguían encarándome, frené, como, y sólo como, esperándolos, en verdad porque sabía inútil cualquier intento de correr huyendo. Frené mi retroceso clavando en el piso mi palo bastón nuevo, que con su dimensión y porte más bien resulta un cetro. Los perros frenaron su carrera, mas no su gruñido con muestra de colmillos, mientras el paisano me gritó, desde el rancho, lo que quise entender como no hacen nada pero bien puede haber sido no han cenado. Apenas los perros frenaron su carrera, continué yo mi retroceso algunos pasos, y ahí, recién cuando empezó lentamente a relajarse, escuché el fuerte retumbar circulatorio, el repique interior. No deja de ser cierto además que aún la defensa con el cetro, lastimando un perro, me dejaría dolorido.
Habiéndome pasado bastante del Vallecito, según dijo el baqueano, retorné con varias paradas apreciativas de camino, que consistían en bajadas desde la cresta (por allí va el sendero) por la ladera hacia el arroyo. Una de ellas incluyó el ingreso a una quebrada-lecho, un pasadizo entre montañas tan filoso que las grandes paredes-laderas caían y al encontrarse sólo formaban el rocoso curso del arroyito, sin margen para caminar. La exploración de sus curvas encajonadas fue sumergirse en una sombra aún más negra, porque, esto olvide decirlo antes, desde que llegué a la zona de “estar bien alto”, había comenzado a lloviznar, cosa que pasó intermitentemente, siempre en una atmósfera gris, pero diversa: gris violácea, gris verdosa, gris morada, gris plateada, gris negra, cansa contar cuando uno tiene pocos recursos de clasificación cromática. El cielo, que allí además de arriba también está a los costados, era una heterogeneidad de texturas, colores, parecían realmente cuatro o cinco cielos a la vez. En esa parte, entre las rocas y metido en el estrecho del arroyo, el miedo fue una pregunta. Un miedo, no diría sin objeto, porque las yararás, las crecidas repentinas, el patinazo en la más inaudible soledad, y otros, eran destinos imaginables, pero la verdad prácticamente imposibles. La sensación estaba, presente, constante, subcutánea, tensando los ojos. Pero no estaba muy claro qué parte de situación deducía esa sensación, qué lectura situacional diagramaba. Era exploración, entonces, de estar con el miedo. Ser una presencia de miedo en la evidencia única de la belleza.

Así las cosas, llegar al buscado vallecito, bajar del solitario sendero en medio de la bruma mojada, llovizna en agujas, hacia su mansa pradera, pequeña apertura donde dos laderas sucesivas bajan suaves, verdes, hasta el arroyo, parecía más seguro que un lugar con seguridad. Serán cien metros de ancho, menos, por trescientos o más de largo, donde la dureza de la piedra cede protagonismo al césped. Acá, cuando bajé al vallecito, ya era como si nevara llovizna, y sólo me sumé a media docena de caballos sueltos, pastando ese pasto tierno, pletórico, que alfombra cubriendo tenaz la tierra blanda y húmeda. Tiembla, al caminar, la tierra. Retumba con cada paso, la fuerza proyecta un eco bajo los pies, como si pisara un reservorio de vibración o el piso debajo guardara secretos.
Al acostarse, uno advierte que esos pastitos con mínimas flores amarillas largan un fuerte y rico olor anisado. Y que las mariposas son más que las que parecían, más de las que mandaría la imagen normal: mariposas todo el tiempo en todos lados. A dos agarré acopladas, culo con culo (“posterioridad con posterioridad”), ambas con las alas cerradas, una atrapada completamente en la otra (encerrada en las alas plegadas), supongo que sería sexual porque literalmente las agarré y ni mosquearon. El valle se llama Vallecito pero desde su depresión las montañas ostentan su grandeza.
Desde el vértice del valle que está del lado hacia donde las montañas suben (hacia Traslasierra), avanzan hacia acá, con lenta firmeza, nubes voluptuosas y oscuras. El gris se opaca, y no hay rastro de luminosidad hacia ninguna parte. La llovizna persiste, incluso va creciendo, y la hora ya debe ser avanzada: volver. Saltar el arroyito. Encontrarse, de pronto, en esa extensa soledad, corriendo como loco por el pasto hasta donde nace el sendero, que perderlo, cosa que podría pasar si se desata la tormenta, seguramente no sería letal pero sí gran pataleta. Frenar, pensar en el paso a paso. Pasar debajo del pino y contactar los primeros metros del sendero, o sea del trazado donde la piedra se aclara, como pulida (supongo que por los caballos, cuyas herraduras contarían, ahí, con otro sentido herramental). Desde ese suelo marcado socialmente, frenar, volverse al valle, contemplar la gracia con gracias. Justo, truenos. Se diría que se ven no sólo los rayos sino los mismos truenos, su avance vibrátil en el aire. El miedo es una de las mayores inteligencias que tenemos. Por eso es tan peligroso. La fuerza natural de su sabiduría gana de prepo a otros cálculos. Se impone como pre potencia, o sea como la dominación de una potencia –el miedo es potencia digo- cuando aún no se verificó su justa pertinencia. Por eso es útil como alerta sensorial, pero letal, en su performatividad, como fundamento de planificación.

El retorno acompaña el degradé del ocaso. Oscila el viento según el lado de la montaña por que vaya el sendero. Incluso deteniéndose, en quietud, los sonidos dependen del vaivén del aire correntoso. De pronto, al doblar un recodo, el delgado camino aparece ocupado por tres vacas: una salta huyendo apenas me ve, se lleva puesta otra, y ambas bajan saltando del sendero, quedándose una ahí nomás a un paso y la otra en carrera escapatoria, pero la tercera, la más grande, permaneció inmóvil en el canino, atinando sólo a clavarme la mirada. Por mi parte, frené de golpe. Quedamos frente a frente, esa masa negra gigante, cuadrúpeda y tonta, y mi vertical humanidad. Detrás suyo, pero fuera del sendero, espera atenta la que huyó sólo parcialmente. No hay sitio para la gigante y yo, y la verdad no me animo a ser tan cobarde como para buscar un rodeo y eludirla. Avanzo medio paso y levanto presto el cetro, y ya antes de que apunte al cielo, la vaca sacudió de un virulento agite su cogote hacia el otro lado, arrastrando detrás la mole cárnica.
Cementerio
De chico pensaba, sabía, que quería ser enterrado, al morir, en el cementerio de La Cumbrecita. Ahora me inquieta figurarme tal pensamiento en un niño, pero entonces me resultaba lo más natural, como natural era, y es, la envolvente belleza del sitio, donde la muerte sirve a la vida. Naturalmente entonces se lo contaba a mis padres. Sólo me preocupaba si la población local admitiría un cadáver foráneo, admisión tanto físico-espacial en el caso de los locales sepultados, como afectiva, para los vivos, quienes podrían tomar mi anhelo bien como usurpación, bien como homenaje.
Ahora una vez más me serena la cerrazón de sus grandes y variados árboles, festejada por un salpicado de flores amarillas, blancas, rosas, que coronan altos y erguidos tallos, de a veces más de un metro, como si supieran su derecho a sobresalir entre la maleza, derecho que, en realidad, no es de ellas sino del entorno donde existen. Ahora, tras un rato arrullado por el cursito de agua lindante y el viento, que se escucha -sin lograr otro impacto sensible- desde más allá del filo, recién ahora noto la no casualidad de venir repitiéndoseme en la cabeza el hit reguetonero: ven y critícame, yo soy así, yo nací así, me crié así, me vua’morir así…
En el predio del cementerio, fuera del rectángulo conformado por un murito de piedras que delimita la zona de tumbas, hay un gran árbol caído. Debe medir unos quince metros de largo, y su ancho tronco se divide, a nomás uno o dos metros de la base, en tres todavía anchos sub troncos, y recién más allá, desde cada uno de esos tres, salen gruesas ramas que son las que se apoyan en el suelo. De manera que el cuerpo principal está en relación oblicua al suelo, alejándose de él. Pero del árbol salen también muchas ramas pequeñitas, tallos grandes más bien, aglutinados en diversas zonas, y, repletas de hojas, lo llenan aún de vida. Es un eucalipto, no el de hojas largas y angostas, sino en forma de corazón, color gris plateado que se va cuando uno las acaricia; el gris es como un polvo que recubre su carne de color verde habitual. Los troncos, de corteza peluda, rojiza, acaso sean ahora sustrato que retiene humedad y alimenta la nueva generación de follaje; el tronco es la tierra de la regeneración de lo que sobrevivió del árbol. Toda la fronda nueva crece hacia arriba, hacia lo que ahora es arriba: la vida actualiza sus referencias. Pero del eucalipto, lo que más da rico olor son las hojas muertas.

Viernes, aguas bajan furias
Hoy sí que llovió. Desde anoche, lluvia y lluvia, y cuando parecía arreciar, más lluvia. A mediodía, el pueblo se quedó sin electricidad. Y desde la ventana del hostel, vi que el arroyo se había convertido en tumultuoso río.
Con equipo impermeable, a ver el otro arroyo; debe ofrecer versiones muy desatadas de su cascada y sus dos ollas. Imposible calcular en cuántas veces superaba el caudal habitual, cuarenta, cincuenta veces, imposible, tanto arrasaba el agua turbulenta todas las referencias conocidas de demarcación del arroyo. Pareciera ser esta, en verdad, su función, drenaje desesperado, atropellado huir de hectolitros convocados por la imparable atracción terrestre. Tal vez su imagen cotidiana sea nomás un stand by, un hilo válido como guardián del cauce, avisando por dónde se vendrán los borbotones.
La fuerza, el ruido, el agite de los virulentos rápidos que se forman sin dejar metro alguno de agua lisa, hacen aparecer, una y otra vez, la palabra furia. En efecto que evoca la furia. En efecto porque sus efectos en las cosas son iguales a los que supondría una acción desde la furia. Recuerdo que Diego S. me dijo que un alto filósofo distinguía entre sentidos de la fuerza, con la imagen de un tornado: si pasa y destruye un pueblo sencillamente porque estaba en su paso, efecto material de su ser huracán, se trata de un efecto de la potencia, pero si el huracán goza con la destrucción, si la justifica moralmente, es una fuerza del rencor, potencia tornada poder. Como el dibujo animado del Demonio de Tazmania: naturaleza huracanada, rompe cosas del entorno, pero en cada alto, muestra una sonrisa ingenua, sonrisa feliz del puro estar. El río, el arroyo hecho río en la urgencia de precipitación, destruye, pero sin furia. ¿Pueden pensarse las fuerzas de los hombres desde esta distinción? Los hombres tienen conciencia, y su naturaleza es plástica, de manera que el carácter involuntario, no buscado, del daño, puede ser visto como negligencia, desconsideración. Ahora bien, para los movimientos históricos sí que la cosa es otra. La inundación de otra manera de comportarse, de componerse, de disponerse, puede tener efectos dañinos en el entorno, en puntos que tenían una conexión con eso alterado. Pasa la creciente acuática y se lleva puestas las piedras; luego el fragmento sigue existiendo, pero en contexto completamente modificado y anoticiado de la contingencia situacional.

Ultimo día
En la jornada progresa la extrañeza. Nubes densas rodean el pueblo, pero justo arriba, celeste y sol. Sol y pasan las horas; obvio: las horas hacen eso, pasar, y el convite nuestro es el arbitrio de rellenarlas para que sigan rechonchas su viaje al presente del pasado, al pasado del presente. Algunas viborean –he ahí la extrañeza-, golpeteando el conducto de pasaje, que no es sino la percepción vigílica, pasan oscilando, con amagues múltiples, hasta que vuelven las siguientes a pasar con la fluidez de lo que proyecta.
En el caso de hoy, eso sucedió llegando a las cuatro y media de la tarde, sentado en el frente descubierto del segundo restorán al hilo, tras un verdadero desfasaje de existencias en el primero. Remilgado en el embronque, esperando finalmente un plato de comida, no se advirtió el proceso de advenimiento sino de pronto la dominación total de la bruma, y lueguito la llovizna. Proyecto entonces: ir al cementerio. En el regreso de pertrecho al hostel, considero el regreso a la ciudad como fuente del malestar del último día que no es el regreso a la ciudad: hoy.
Voy al cementerio por el camino que llega a su parte trasera, un sendero que sube bien directo hacia arriba la sierra. A los cinco minutos de zancadas levadoras, el panorama ya se muestra blanco, todos los cuerpos mediados por la espesura de la niebla, obstinada en salvarnos de la obscenidad solar. Los primeros árboles que tengo en frente, a dos o tres metros, ya se ven obstruidos por la turbiedad del aire. Los más lejanos que llego a entrever estarán a setenta u ochenta metros y son apenas una sombra contorneada en la blancura, blancura de la bruma que es una suerte de blanco oscuro. En torno, pues, la perspectiva es un rodeo de visualidad degradada, árboles -siempre majestuosos- más y menos insinuados, algunos apenas supuestos. El oído se adelanta como principal fuente informativa.
Es hermoso el bosque cuando se esconde. Y también enseña: cuando la llovizna deja paso a la lluvia, copioso bombardeo de gotas, uno busca amparo en el rincón de los grandes árboles del cementerio (pinos, creo, cuya altura calculé en veinte o veinticinco metros y deben ser de los más antiguos de la zona), que con sus capas de follaje retienen el agua de su carrera fatal hacia el piso y más allá; efectivamente dan reparo, permiten contemplar la tormenta sin recibir su peor parte, pero, con los minutos, y los agites del viento, empiezan también a llover los árboles, y si uno se apegó demasiado a la protección coyuntural de su ala atenuadora, puede no percibir cuándo afuera, en la intemperie, ya no es tan grave la cosa, y permanecer anclado en el consuelo.



Saturday, March 13, 2010

Fascismo post-migratorio

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El propietarismo, cierto tipo de propietarismo. Posesionismo. ¿Cómo son hoy los hijos de los muchachos responsables y vitales, constructores, de la década del sesenta, los muchachos que en aquel entonces eran primera o segunda generación de argentinos? Algunos: usan prolija camisa con remisión vaquera, cadenita al cuello, tostada la piel, líneas todas irreprochables. Seriamente encarados para recibir, sostener, reproducir y hasta aumentar el patrimonio paterno. Sienten que tienen que hacerlo propio. Sienten que tienen que hacer lo propio. Apropiarse un pedazo del mundo que se les alza enfrente, ya con manijas para tomarlo, pero con asperezas y puntazos también. Esto, sobre todo lo veo en los que cargan cercana la génesis inmigratoria de la empresa familiar. Inmigración interna también, pero más internacional. Ellos llegaron y construyeron algo, nos lo dejan asentado, todo tiene que seguir naturalmente. Cualquier cosa que se oponga estorbando tiene que ser corrida del camino. El hijo de un movimiento migratorio siente que tiene que apropiarse un pedazo de mundo para que el mundo lo retenga a él, le garantice un sitio. Algo masivo y difuso en la cultura argentina (eh) es esa tara de proteger con uñas y dientes tu tranquera, tu lugar, sobre la amenaza, estigma callado, de que te quedes sin lugar, afuera, si en realidad no surgiste de acá.

Wednesday, February 17, 2010

Maldonado somos

El agua es como decía Perón del pueblo, toma la forma que necesita en función del obstáculo que encuentra.


Es feo
decirlo:
es lindo.
El agua
la patria, color marrón
marroncito
y su sabiduría
materialismo
y fluidez. Ante todo y
entre todo

Chorrean los autos;
ni su luz
Vamos juntos porque a uno
se lo lleva
Viene, llena y lleva
eleva
lo peor es morir
solo,
vamos.

Pero desde allá
se ve lo seco. Los
de arriba… siempre
y los de abajo
llenos
de lo que viene
y levanta!
nosotros chapoteando plasch.
La inundación se va,
induce la historia.
Plash.
El lecho de reserva,
somos,
de la pampa (somos)

Estrategia de sorteo
y guía urbano
dice serrano
pateo oscuro, oscuro
gente
caída
gente
palabras
gente, ruidos
pregrabados de los autos
no ayudan
Fuera.
Lanchas!
Sorteo, patero, oscuro.
Silbo para avisar;
no se sabe si hay
más miedo o más fraternidad
(el mayor logro,
tiempo va).
Silbo para confiar.

Con el auto chorreando
meo
despacito, solidario;
delante de todos y
a la vista de nadie.
En mis pupilas confío
ellas atienden,
suaves músculos!
caminar y caminar
Stplasch
zapatillas como besitos
(besitos)
de mentira
las velas, mojados
todos
todos?
estamos. Voy
en la esquina
Granja del sol, generador propio,
propiedad genera.

El agua deja lo que no eran
sus partes.
Tierra de tierra,
piso de suelo, el
barro
sucio ondulado
organiza la ciudad-
quiero decir
de orgánica-
contoneo de lo asco
quiero
sentir en la planta
su erótica
forma de corriente.

A todos, lo siento
a vos, gracias
por ese grito
líquido
y suave
aliento del mayor.

Tuesday, January 26, 2010

Justo lugar para crecer

Acompañando a esta nota sobre la autoayuda en el uplemento Cultura de Perfil, 24/1/10
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Es por demás osado juzgar en exterioridad lo que funciona en práctica. Un fenómeno como el de la autoayuda –que sólo es de mercado en tanto se mercantiliza la gestión de las emociones- tiene la complejidad de lo ambiguo, complejidad propia de los impulsos vitales cuyo derrotero se adoquina con fragmentos de alienación.
En un libro firmado con nombre propio, proponer al lector autoayuda es falacia patente. Una industria más de la ficción individualista, pero que produce encierro en uno mismo bajo ilusión de autosuficiencia junto aidolatría al autor como manantial de verdad.
El malestar inunda la ciudad, y la autoayuda convencional remite su trato al ámbito privado. Lo ubica como problema puramente personal (y no de la polis); negocio rozagante de la antipolítica. (En este punto, su auge es hermano de otro boom editorial, el de la revisión histórica de divulgación, que confina al sillón doméstico el procesamiento del relato común.)
A la concepción de la persona como empresa, militada por el género, las figuras mediáticas consagradas, hombres-marca, le caen como uña a la mugre. Promueven la confusión de la felicidad con éxito. Preferible tener menos éxito y más amigos con quienes compartir las alegrías. Los modelos de la felicidad invitan a la adhesión, y la felicidad es un problema de creación. Por eso ofrecer palabras de ayuda tiene sentido como una oferta elevada al azar. Además el boom autoayudezco indica un cuantum energético dado en ganas y confianza al bienestar anímico, cuántum a la vez sintomático del capitalismo como fábrica de infelicidad. Buscar palabras para nombrar el malestar es tarea de una ayuda mutua, así como perspectivas que potencien en medio del infierno, todo lo que no es infierno.
Asumimos siempre necesidad e ignorancia antes que el cinismo que se ríe de la fragilidad expuesta. Contra esa risa triste del cinismo (de la derrota avispada, de profecías crueles del presente), recuperar una inocencia para tantear nuestros límites, justo lugar para crecer.