Thursday, November 08, 2007

El cover de Bifo

Escrito para y leido en la séptima Juntada de Ensayos en Vivo

Hace cosa de un año puse un blog. Eso me dejó dos opciones: o cuelgo textos o yo me cuelgo. Lo bauticé “Sólo las cosas”, abreviatura de una frase que me gustaba: “sólo las cosas podrán aún salvarnos”. La idea más o menos era que atribuyéndole valor de cosas a las cosas podíamos evitar la tediosa mismidad posmodernista, tan lúcida para detenerse en el sinsentido letal que hay detrás de todo.
Me gustaba la frase y se la atribuía a José Ortega y Gasset, pero después me di cuenta de que no estaba seguro, y fui a buscar los libros suyos que leí y no la encontré. Tal vez no busqué bien, o tal vez la frase la había inventado yo, tal vez inspirado por alguna otra cosa de Ortega y por eso la asocié con él, o tal vez la había escuchado o leído en otro lado, quién sabe. El hecho es que la idea se había hecho un lugar, entre lo que Ortega y otros y yo dejamos en mí, y aparecía, la idea, útil frente a la vida. Hay que tener cuidado pero no temor a hablar de la vida, la vida es como Dios: nunca la tenemos frente a frente como tal, pero está en todas partes.

Antes de elegir “sólo las cosas”, cuando pensaba en poner el blog, tenía otra opción: Gerundio. Incluso llegué a registrar ese nombre, pero no prosperó. Recuerdo que Fede Levín se preguntaba por las cartas (escritas) no enviadas; creo que en los blogs registrados y no desarrollados hay un rubro familiar, que también nos deja entrever la diversidad de mundos alternativos entre los que se abre paso el mundo.
Gerundio era una bandera, una consigna, una toma de partido, carajo, en defensa del pensamiento y contra la temporalidad mediática del estímulo-respuesta inmediato y la carrera loca por estar clic a clic en el mundo. Porque el gerundio es el mientras, el durante, es la aceptación de que cada acto, cada momento, está afectado por otros planos presentes, es el refugio de la complejidad de una temporalidad gruesa, tridimensional, mientras que la supresión del gerundio dice que en cada instante hay una cosa, qué joder, primero una y después otra, a una velocidad enorme que permite la multiplicación al infinito de escenas lisas.
Esta defensa del gerundio no profundiza en que el verbo básico de la humanidad y de las cosas todas, conjugado en su correcto modo, es siendo. El ser es la mentira de un estar sustantivado; todo está siendo. Eso dejémoslo dicho nomás. Quedémonos en la idea -que sé que estoy esbozando y no terminando de plantear puntillosamente- de que aniquilar los gerundios, y hay una militancia contra ellos, es cómplice del automatismo de las acciones tan característico de nuestros días, automatismo gracias al que se reproducen millones de prácticas y discursos aún bajo sensación generalizada de ausencia de sentido en la vida social. A pesar de que casi nadie cree en lo que hace, casi todo el mundo hace y dice una barbaridad de cosas.

De esto habla Franco Bifo Berardi, de la muerte de los gerundios. Bueno, más o menos. Lo considera una mutación antropológica y lo llama pasaje del humano alfabético al humano videoelectrónico primero y digital después. Estas palabras que uso para los tan distintos “contextos cognitivos” de formación de mentes y cuerpos puede sonarle a cada uno de distinto modo pero a nadie puede no sonarle: el tipo se atreve a pensar la época. Una época cuya genealogía es complicada, como todas, pero cuya visibilidad señala en la guerra del golfo de 1991, como primer acontecimiento con difusión global instantánea.
Ahí hay tres rasgos: la instantaneidad de la comunicación, la apertura constante del canal comunicativo y la globalidad de su alcance, que son la piedra de toque en la mutación de la especie a la que asistimos, de la que somos parte, desde la que hablamos. No sé ustedes, pero mi mayor habilidad física consiste en digitar mi dirección y contraseña de mail.

El tipo piensa qué le pasa al alma y al cuerpo cuando están atravesados por un estrato inorgánico como es la red. El hace décadas que piensa y explora los soportes de la inteligencia colectiva, la radio, la tele; hoy, internet. La materialidad inmaterial que habilita el puro presente. El nuevo Edipo, arroja Bifo, en tanto es cada vez más la pantalla, por sobre la madre, la ventana por la que entra el mundo, las palabras, las imágenes, las referencias entre imágenes, palabras y cosas. Y en la pantalla el pensamiento es de información pura, de conexión de imágenes, de desplazamiento ultra veloz entre escenas, y no tanto de profundidad y detenimiento. Dice Bifo que las generaciones criadas bajo el paradigma visual digital manejan unas 650 palabras, contra 2000 de los adultos criados alfabéticamente, pero que tienen muchísima más capacidad combinatoria. Este cambio no es ni bueno ni malo, es irremediable.

Esa red es el soporte de nuevos modos de ser, de producir. Por un lado, en el régimen de la imagen, lo que vale para las mercancías es su universo simbólico. El “espíritu”, la “onda” de la marca es lo que les permite apelar a los sentimientos más íntimos de todos nosotros. Mediante lo que Bifo llama “movilización publicitaria del psiquismo”, lo deseable y lo imaginable viene dado bajo la batuta de un discurso que en la ciudad no nos deja escapatoria, un discurso siniestro al insistirnos sin cesar que elijamos, que seamos nosotros mismos, diferentes y únicos. Hace poco había una propaganda de afeitadora que mostraba caritas con distintos dibujos de barba y decía, no como propuesta sino entre signos de admiración, o sea imperativamente, “¡lookeate!”. La tiranía del update, dice Sibilia: estás compelido a autogestionarte entre centenares de ofertas hechas por otros.
Pero estábamos en los nuevos modos de ser y de producir del capitalismo (en una “fase” donde se ha consolidado la curiosa expresión “en tiempo real”). Bifo dice que el proceso de producción actual ya no genera paradigmáticamente obreros sino personas que están pensando todo el tiempo cómo engancharse; en ese sentido todos, pero todos, somos empresarios de nosotros mismos: ese es el triunfo del capital.
La red no incorpora personas, incorpora momentos. No hay nadie conectado ni nadie desconectado: la red se beneficia con algunos momentos tuyos y desprecia otros. Biffo llama a esto capital recombinante: no es la jornada de ocho horas, son ciertas ideas, ciertos gestos, ciertas capacidades comunicativas tuyas que el capital recombina para su valorización.
Esos momentos que el capital convierte en sus insumos, son intervenciones que muchas veces requieren un bagaje específico, que es en definitiva el que está puesto a trabajar, y ese bagaje no es otra cosa que la conexión con muchísimos otros momentos y producciones. Y es también ahí donde el capital se nutre de todas las facultades humanas y ya no sólo de la fuerza de trabajo. Por ejemplo los llamados creativos, que muestran cómo la imaginación se pone al servicio de la una llana reproducción.

La recombinación arbitraria de fragmentos es el modo contemporáneo de existencia, dice Bifo. Lo que existe son fragmentos a componer, sin regla de composición; cada uno tiene que ingeniárselas para ver cómo con los fragmentos que tiene, o sea que es, compone una vida. Nos salvamos de la jornada laboral pero estamos sometidos a una autogestión híper exigente; la frustración también puede ser una no resistencia física a eso.

La frustración. De eso también habla Bifo, que más o menos es Diego, ¿ya les dije eso? Yo casi no leí a Bifo, todo lo que me llegó fue mediante Diego Sztulwark. Pero bueno, los nombres, las ideas, los ecos. Bifo es causante de estas palabras de un modo que sería arduo, sino imposible, reconocer del todo, pero más que nada Bifo es el nombre con que circulan unas palabras no transmitidas con instantaneidad –o sea que afectaron sensiblemente a los cuerpos en los que habitaron.

Estaba en la frustración. Porque Bifo también se mete con eso: piensa, por ejemplo, las crisis económicas como depresiones de masas. Piensa la alianza entre la red online al servicio del capital y la industria farmacológica que te permite no parar, estar siempre conectado, productivo, etcétera.
Pensar las depresiones es pensar la crisis del sentido. Para Bifo, y no creo que sea el único, el sentido es una inversión libidinal, inversión no en el sentido de dar vuelta sino de poner. Atribuirle a las cosas valor de cosas. El sentido no viene del mundo sino que lo construimos por prepotencia de las ganas. Ahora bien, ¿qué pasa cuando los canales de conexión con el mundo están saturados de cosas que nos invaden? ¿Se obtura la posibilidad de invertir, de insertar en el mundo una energía que signifique las cosas y lo haga más vivible?
En nuestra sociedad hay un desinvestimento del campo social, dice Bifo, es decir, una sensación de ajenitud, de que nada hace sentido ni vale la pena. Pero ese desinvestimento se reinviste en el trabajo, a modo individual, en lo que Pablo Hupert llamó, aquí mismo, el proyecto personal. El trabajo, según Bifo, es el lugar del narcisismo: es el momento en que constatamos absolutamente nuestra existencia. Y por lo tanto estamos proclives a abandonar tiempo de goce físico por trabajo: autoexplotación. El narcisismo se juega en el proyecto personal, desde allí se inviste, individualmente, el mundo, y es un caldo para la depresión, porque hay un diferencial entre las expectativas puestas en eso y lo que vuelve. Frustración.
No se trata de poder decir “trabajo en lo que me gusta”, esa es la gran trampa. Porque la frustración deviene de que lo que te gusta se vacía de sentido en cuanto queda inscripto en ese régimen de autoexplotación. Acaso lo que a uno le gusta es una relación con el tiempo más que otra, y no tanto el contenido de la tarea. Porque cuando “hacer lo que me gusta” se convierte en un mandato rutinizado según pautas ajenas, el modo de su efectuación lo arruina.

El proyecto personal frustra también porque su individualismo intenta negar cuánto lo que hacemos es parte de una enorme cadena de cooperación social. Las palabras que usamos, la información que tenemos, todo porta a los otros. No es que este proyecto personal nos desvincule literalmente de los demás; al contrario, está volcado a los otros, pero el problema es que los otros, desde esta lógica, aparecen como consigna, como expectativa y demanda, como mero recurso. Desde el proyecto personal, como dice Chiche Gelblung, uno no tiene amigos sino contactos.
Entonces en los dispositivos vinculares postalfabéticos lo que hay es una reducción al mínimo de la alteración a la que los otros pueden inducirnos. Se obturan los posibles. Y proliferan las conexiones a distancia, los puros intercambios de información, los mails porque el teléfono te obliga a preguntar cómo estás y saber qué está haciendo en ese momento y a escuchar la voz, ya es demasiado. Como si hubiera algo de la pura conexión que se arruina con la presencia. Como si la presencia del otro tuviera un exceso molesto y pudiera ser regulada cada vez más como amenazante para la reconfirmación de lo que uno es.

Frente a todo esto Bifo propone: recuperar soberanía sobre el tiempo. Liberar tiempo. Y no es que el niño rico que vive al pedo, ni que el desocupado en banda, tengan de por sí tiempo. Uno es dueño de su tiempo, dice Bifo, cuando es feliz perdiendo tiempo. Como dice uno de los únicos textos firmados por Patricio Rey: amo a mis redondos porque desperdician la vida a toda velocidad. Porque lo que se pierde cuando se pierde tiempo sólo es pérdida en los parámetros del capital.
Hay que generar la sensibilidad capaz de detectar la sana pérdida de tiempo, la pérdida que es ganancia. Hay un momento en que el gasto de tiempo se revela fortificante; nuestra apuesta es que venir acá no sea un gasto de tiempo sino una inversión que produzca alegría.
Y acá podemos hacerlo porque hay un cuidado infinitesimal de la presencia. No es común un lugar donde al oír el timbre todos decimos “pero qué boludo, si está abierto”. Uno atraviesa esa puerta abierta y de movida se nota que la relación entre los cuerpos se rige bajo otros códigos: por ejemplo, mirar a los ojos a un desconocido no te lleva a escuchar “qué te pasa loco” sino un “hola, cómo va”, o si alguien te toca el hombro desde atrás no es el miedo el sentimiento que prima, porque aquí aceptamos que nos necesitamos, que nunca sabemos del todo qué pueden darnos los otros ni qué puertas podemos abrirles, aquí habitamos una desnudez pletórica fomentada claramente en el baño: allí, en la instancia de intimidad mayor, un cartel invita: no sea usted.

Ensayos en vivo, 7° edición: así se presentó

Queridos coetáneos:

Algo en las cosas reclama volverse mundo. A qué negarse pues: mejor pedir perdón que permiso.

Este miércoles 7 se ensayará:

1. Infantilización y adultización: el pan nuestro de cada día (Elina Aguirre, la psicóloga que cambió diván por hamaca)

2. El fin del tiempo, otro nuevo antropo –Cover- (Agustín J. Valle sobre Bifo, quien tal vez diga presente)

3. Sobre los nombres (Martín Lipszyc, el filósofo de voz más aireada)

+ Suárez hace música, Pezzola-Burkart comida y Aíta lo suyo.

Los invitamos a macerar en cerveza la fiera trama de nuestra fragilidad. Y ver qué pasa.

A las 21 hs compartiremos panes y peces; tipo 21:30 los ensayos.
Es un asalto: proponemos traer una fruta.
En el CC Pachamama - Argañaraz 22 (entre Israel y Lavalleja).

Ah, otra cosa sobre Lost

Una de las críticas contra Lost que escuché repetidamente apunta a la decepción futura: “están todos enganchados como giles y dentro de tres años capaz el final es malísimo y se comen un garrón de novela”.
En esa crítica se esconde Lucifer. Porque en la idea de que un final “malo” anula retroactivamente el valor de todo el enganche, anida una concepción respecto del sentido de la experiencia, para la cual el presente no tiene valor sino como plataforma hacia el mañana. El goce actual sólo es real si se confirma (realiza) al final del camino.
Es la moral cristiana del sacrificio –moral compartida por la militancia partidista de izquierda- donde cada paso se piensa únicamente en función del objetivo final; nunca estamos donde estamos.
¿Y si pensamos en un camino que no tiene un tesoro esperándonos al final sino árboles con frutas todo a lo largo, en los costados? El camino es el tesoro. Lost presenta una ética: el imperio de lo actual.